miércoles, 20 de marzo de 2024

Un triste invierno de 2007

(Ella es parte del camino...)



Dedicar un capítulo de este libro a mi madre fue difícil, muy difícil, sencillamente porque quise contar, a modo de sanación, todo lo que atravesamos durante dos largos años, ella, su enfermedad, y yo. En otros capítulos del libro me he dedicado a narrar su llegada de Alemania y su vida tanto de niña, como de mujer adulta, de modo que este capítulo intenta ser un modo de cerrar heridas que a veces, sólo a veces, siguen doliendo. Mi madre siempre supo gozar de buena salud, salvo en aquellos momentos en que, como le ocurriera al poco tiempo de mi nacimiento, desarrollara un bocio (hipertiroidismo), que casi termina con su vida, pero al que le supo dar pelea y ganarle la batalla, si bien eso le significó no poder volver a quedar embarazada, algo que lamentó profundamente dado que deseaba que yo no fuese hijo único, y que el darme hermanos o hermanas, eso permitiera que el día de mañana yo no quedara tan solo en la vida.

La vejez no la recibió muy bien que digamos, si bien se cuidaba, una progresiva insuficiencia renal comenzó a generarle problemas, que indefectiblemente derivaban en un proceso de arritmias cardíacas producto de la acumulación de líquido en sus pulmones, situación que si bien en un principio pudo ser remediada a través de la ingesta de diuréticos, en un punto fue necesario acudir a las internaciones y a la punción para extraer los líquidos que no podían ser eliminados a través de la función renal.

Las internaciones fueron muchas, algunas extensas, otras breves, siendo la más larga la del año 2005 cuando durante dos meses en los que parecía que nunca iba a tener el alta, finalmente y tras haber pasado por varias instancias en su internación logró volver a casa. Esta primera internación resultó ser casi milagrosa, aún recuerdo la mañana en que la encargada de limpiar la habitación me pidió que la acompañara a otro sector del policlínico a efectos de ayudarla a bajar unos elementos que, en sus propias palabras, se encontraban muy altos y ella no podía alcanzar. En realidad, todo había sido una mentira bien planificada por la médica a cargo, quien quiso hablar conmigo para informarme que el cuadro de mi madre era muy complejo y de difícil resolución, casi como una sentencia definitiva respecto de su vida.

Recuerdo haber ingresado en la habitación intentando poner mi mejor rostro de «aquí no pasa nada, está todo bien Mamá», cuando en realidad no era así.

Aquellos dos meses transcurrieron con permanentes altibajos, una noche recuerdo que la enfermera de turno le había hecho ingerir un sedante sumamente fuerte, algo a lo que mi madre no estaba acostumbrada, dado que nunca le resultó necesario ingerir sedantes para conciliar el sueño. La reacción de mi madre fue desesperante, me resulta muy difícil hallar las palabras para describir el efecto que produjo en ella, la imagen más representativa fue el momento en que le trajeron la cena, cena que yo intentaba hacerle ingerir sosteniendo los cubiertos dado que a ella le resultaba imposible hacerlo.

Poco a poco, y con el paso de los días su salud fue mejorando, y de alguna manera estabilizándose, recuerdo que ella solía decir que la parca la había venido a buscar pero ella se había escapado por el ojo de la cerradura. Bromas aparte, sin dudas, la alemana era fuerte, y estaba decidida a dar pelea, incluso alentada por mi en más de una ocasión, aún yo sabiendo que el desenlace podía no ser el esperado.

Aquellos fueron dos meses largos, y duros. Yo dormía en un sillón, hasta que un día nos cambiaron de habitación y dado que había una cama disponible, la usaba para tirarme en las noches a dormitar un poco, como quien dice con un ojo abierto atento a las necesidades de mi madre, que iban desde alcanzarle un vaso de agua, darle la medicación a horario, o poner la chata para luego proceder a limpiarla, algo que las enfermeras que se encontraban bastante ocupadas, no podían hacer de inmediato, y claro está, a nadie le gusta quedarse esperando un rato largo a que vengan a higienizarlo.

Siempre diré que los médicos, los enfermeros y enfermeras que durante aquellos meses la atendieron fueron ángeles de Dios, verdaderamente en un país donde es difícil hallar muchas veces una comprometida atención médica, por infinitas razones que no es este el lugar donde explicarlas, lo de aquellos profesionales fue brillante. Lamento no disponer ya en mi memoria de sus nombres, porque bien valen ser inmortalizados en este libro por su enorme calidad humana.

La memoria es frágil, y aún cuando intento recrear aquellos días con absoluta fidelidad me resulta difícil hacerlo. Sin embargo, aún recuerdo hechos aislados, como por ejemplo el camillero Veterano de Guerra de Malvinas, una excelente persona con la que nos quedábamos conversando de la guerra y de mi servicio militar en 1982, que un día me dijo algo que me quedó y me quedará grabado por siempre en la memoria, y que me lo guardo dado que ofendería a algunas personas conocidas de mi entorno darlo a conocer.

El alta de mi madre llegó a fines de octubre, ya despuntando una primavera que le daba nueva luz a nuestras vidas y un tímido optimismo de que las cosas finalmente iban a terminar bien, y así fue, volvimos a casa con la esperanza de que Dios nos regalara un tiempo más juntos, aún sabiendo que más tarde, o más temprano, volveríamos a correr la misma suerte.

Recuerdo cómo aprendí a leer el rostro de mi madre, cómo lograba saber cuándo nos tocaría pedir la ambulancia para correr a la guardia en pos de una nueva internación, cómo llegué a saber si esa noche íbamos a dormir tranquilos, o volveríamos al policlínico enfrentando una vez más la incertidumbre de un final abierto, donde una nueva lucha por su vida nos tendría inmersos en un infierno donde el tiempo parecía haberse detenido, y donde cada hora, cada día, no parecían terminar de transcurrir.

Así fue que durante el 2006, más precisamente a fines de ese año, nos esperaba una nueva internación, breve, pero que aún recuerdo muy especialmente porque un gran amigo mío se casaba, y habiéndome solicitado que yo fuera su testigo de casamiento, no podía darle ninguna seguridad sobre mi presencia en el Registro Civil dada la situación que me encontraba atravesando junto a mi madre, razón por la cual tuvo que acudir a su hermano a efectos de tener un testigo suplente ante cualquier inconveniente que pudiese surgir, afortunadamente no fue necesario y me pude hacer presente en la ceremonia, para luego volver al policlínico a cuidar a mi madre.

Llegado el año 2007, las cosas no pintaban bien, la salud de la alemana iba empeorando y las corridas al sanatorio se hacían cada vez más continuas. Mi propio sentido común me indicaba que el final estaba cerca, y así fue. Una noche del mes de julio mi madre se descompensó en casa, se desvaneció en mis brazos y mientras la desesperación quería ganarme la pelea, logré que la ambulancia llegara de forma inmediata, gran mérito de la operadora de Socorro Médico Vittal, del conductor de la ambulancia, y del médico de guardia.

Esta fue su última internación. De la guardia, a una habitación común, de ahí a Unidad Coronaria, y de ahí a su última habitación donde un mediodía en mis brazos y ante mi desesperación su alma partió, más no su corazón que siguió latiendo una semana más, mientras ese cuerpo que tantas batallas había ganado, intentaba sumar un triunfo más en la sala de Cuidados Intensivos en la que se hallaba, tristemente llena de bolsitas de suero, adrenalina, y vaya uno a saber cuántos químicos más que le permitían seguir viviendo.

Por aquellas horas, ya finales, lo único que pude hacer fue susurrarle a su oído la misma canción de cuna que ella lo hacía en los míos, una vieja canción de cuna alemana, hasta que la solté, simplemente pidiéndole que partiera, que yo iba a estar bien, y así fue, una noche del 17 de julio de 2007 se fue de mi lado, sin antes haberme regalado dos años de sanación espiritual, donde logramos curar viejas heridas que una complicada relación que ocupó mi vida por aquellos años nos había generado, un clásico noviazgo donde la futura nuera no se lleva bien con su futura suegra y viceversa, algo que nos distanció, y en algún punto nos terminó enfrentando a madre e hijo. Quiso Dios o la fuerza de mi madre, que durante esos dos años pudiésemos hablar mucho, y recuperar ese afecto y cariño que ella me brindó durante tantos años de mi vida.

Aún recuerdo aquellos días como una guerra que libramos tanto ella, como yo, batallas con triunfos y derrotas, noches eternas en las que dormí en sillas, sillones y hasta en el piso de la habitación, urgencias, corridas interminables en ambulancias, traslados de Unidad Coronaria a una habitación común, sin habérmelo informado previamente, hecho que me hacía pensar lo peor cuando yo llegaba a U.C. y no la encontraba en su cama, búsqueda interminable de donantes de sangre, que nunca alcanzaban, compra de medicamentos caros de los que no se disponía en el laboratorio del policlínico, y lo más estresante, la charla con los médicos y sus benditos informes que me hacían temblar cada vez que solicitaban mi presencia para brindarlos.

Claro está, lo peor se lo llevó mi madre, incansable luchadora de mil batallas, desde su llegada de Alemania, hasta aquella última noche, primero allá lejos y hace tiempo en su querida Villa Angela, en el Chaco, hasta su enorme fortaleza para sacar adelante una familia como lo hizo con la suya, y también con la nuestra, con las dolencias de mi padre, y de mi tío, y claro está, con las enfermedades que este aspirante a escritor contraía de niño y ante las que ella sin titubear se encargaba de sobrellevar inclusive yendo a comprar el medicamento para el niño con fiebre, a cualquier hora, con frío, o bajo una intensa lluvia, nada la detenía.

Libramos una guerra, ella y yo, solos, absolutamente solos, salvo durante su última semana de vida, en la que internada en la Sala de Cuidados Intensivos, mi tío Carlos, hermano de ella, se hizo presente y pese a sus 74 años no se separó ni por un instante de nuestro lado, día y noche.

He de decir aquí que muchas personas de mi entorno me defraudaron, y eso fue lo que más me dolió, siempre digo que esperé mucho de muchas, y poco o nada de aquellas que no tenían obligación alguna de acercarse a darnos una mano, y sin embargo, vaya sorpresa del destino, muchas de estas últimas estuvieron, mientras que muchas de las primeras, no.

No voy a dar nombres, al que le quepa el sayo que se lo ponga dice el refrán, a cada una de esas personas su conciencia le dictará si obró bien, o no, o será Dios el día de mañana que les pase la factura por sus omisiones, claramente no seré yo. Pero a modo de ejemplo, cito un par de casos que sí fueron ejemplares: mi amigo, hermano, Hernán, la noche del deceso de mi madre, apenas se enteró de la noticia, y hallándose en plena discusión con la que, a la postre, se convertiría en su ex esposa, no dudó un instante en tomar el auto y venir al sanatorio, no sólo quedándose a mi lado toda esa noche, sino también ayudándome toda esa madrugada a efectuar los trámites de rigor cuando se produce el fallecimiento de un familiar, y ni que hablar de Pablo, un ex compañero de mis años de trabajo en la Editorial La Ley, que nos hizo compañía toda la noche en el velatorio, y como si fuera poco, se hizo presente en mi casa junto a Andrea, su señora, al día siguiente para no dejarme solo, o de mi hermano el Negro Fernández quien me sostuvo la tarde del sepelio, a la vuelta del Cementerio Alemán, y sobre cuyo hombro lloré cuando el dolor de la pérdida era infinito e interminable, o el Petiso que no dejó de venir a ocupar el rol de una especie de oyente - psicólogo que de alguna manera permitía que todo mi dolor y angustia fuesen de a poco disminuyendo a través de las palabras sanadoras que yo tenía necesidad de decir, contando todo lo vivido, del mismo modo en que lo hago en este capítulo.

Podría también mencionar, debo hacerlo, a mi vecina Sofía, la que padeciendo una enfermedad terminal se ofrecía a lavarme y plancharme la ropa, como así también a cocinarme, ofrecimiento que desde luego rechacé por su estado de salud. Es increíble pensar que una mujer enferma de cáncer, se ofreciera a tanto, y algunas personas absolutamente sanas y mucho más jóvenes no fueran capaces de dar una pequeña ayuda, algo, nada más. Quizás sea aquella sentencia bíblica de »...por sus frutos los conoceréis».

También es justo mencionar a Fernando Roldán, compañero de trabajo, amigo, y hermano, que siempre estuvo presente, y dando una mano, preocupado llamando a cada rato al celular para ver cómo evolucionaba todo, a las autoridades de mi trabajo en la Dirección de Información Parlamentaria, especialmente a la que era mi jefa por aquellos días, la Dra. María Isabel Giménez Díaz, las que siempre y sin titubear ni por un instante permitieron que pudiera estar al lado de mi madre cuidándola hasta el final, situación esta última extensiva a mis compañeras de La Ley, que no dejaron de contenerme en aquellas mañanas posteriores a la muerte de mi madre, como así también a muchos de mis compañeros y compañeras de la Dirección de Información Parlamentaria que hicieron lo propio.

Me gustaría poder mencionar a otras personas, a algunas no las había conocido todavía, como mis amigos y amigas del Instituto Sueco Argentino que sé que habrían estado, con total seguridad lo puedo afirmar, no tengo la más mínima duda sobre esta afirmación.

Claramente no es éste un capítulo del que se pueda decir que es interesante, pero yo precisaba escribirlo. Hace ya varios días que la idea asaltaba mi mente, y fue justamente hoy, al leer algo que escribió en un medio de prensa una médica responsable del área de Terapia Intensiva del Hospital de Clínicas, sobre lo vivido durante la pandemia del Covid-19 que me decidí a hacerlo.

Si he incurrido en omisiones de algunos nombres, de algunas personas, pido disculpas, no lo hice a propósito, sólo que consideré mencionar a los más presentes, a aquellas que siempre estuvieron y nunca dudaron en dar una mano, sí debo reconocer que algunas personas no fueron mencionadas porque sencillamente no estuvieron, y lo más doloroso es que uno esperaba que estuvieran, pero como me dijera una buena amiga hace un tiempo atrás, hay personas que no pueden sobrellevar el dolor ajeno, les resulta imposible, y otras tal vez no tuvieron la educación necesaria que les permita distinguir el cómo y el cuándo estar, pues bien, vamos a darle la razón a mi amiga, aunque muy en el fondo de mi alma sus ausencias siguen resonando en mi mente.

A modo de cierre, puedo afirmar que cada noche, cuando apoyo mi cabeza en la almohada, lo hago con la más absoluta paz interior de saber que hice todo lo humanamente posible para que mi madre viviera todo lo que Dios dispusiera que así sea, de haber podido hacer más habría sido, lisa y llanamente un milagro.

Sin duda alguna, la seguiré extrañando por siempre, agradeciendo sus enseñanzas, y la senda que me marcó como la correcta en esta vida, la del amor, la de la responsabilidad, la decencia, el compromiso, el respeto, y el agradecimiento, el mismo agradecimiento que ella tuvo para con todos mis amigos, los hermanos que yo elegí, y que ella no me pudo dar, pero que los adoptó como tales a cada uno de ellos.

Los años pasaron, y su recuerdo sigue imborrable al día de hoy, a veces sueño con ella, y creo que por ahí debe andar cuidando de su hijo, tal y como lo hiciera durante tantos años.

 


sábado, 4 de noviembre de 2023

 THE BEATLES IN MY LIFE

NOW AND THEN...

 

Crecí en un hogar donde la música me acompañó desde mucho antes de aprender a caminar, o quizás desde el mismo momento en que desde la panza de mi madre llegaron a mis oídos las primeras melodías que ella escuchaba en el viejo Wincofón. Así se sucedían las voces de Nat King Cole, Frank Sinatra, Marlene Dietrich, las orquestas de Frank Pourcel, o Ray Coniff, mientras que mi padre, melómano como era y especialmente amante de la ópera, musicalizaba nuestro hogar con clásicos como Richard Wagner, Puccini, Verdi, o dentro de lo que se conoce como música de cámara, Mozart, Bach, Haydn, Beethoven, entre tantos otros. De modo que mi infancia transcurrió entre diferentes melodías que oscilaban cuál péndulo loco entre la música popular norteamericana y alemana, o los autores clásicos, o sea, bien podríamos afirmar que asistí a una escuela musical mucho antes de la primera vez que, a través de la educación formal, me quisieron enseñar a escuchar música.

Mi madre había trabajado toda su vida como vendedora en una disquería, y como era costumbre por aquellos años, al contraer matrimonio mi padre le propuso dejar de trabajar para ocuparse de la crianza de su hijo, y en definitiva, de la familia, algo que ella hizo con absoluta dedicación, esmero y orgullo, sin considerar en ningún momento que esa decisión la condenaba a una vida de ama de casa, algo que en estos tiempos parece haberse convertido en un demérito.

Sin embargo, cada vez que íbamos de visita a la casa de mi abuela en el barrio de Belgrano, ella no podía evitar detenerse en cada disquería que se cruzara en su camino para adquirir algún nuevo álbum de su preferencia, o tal vez, simplemente conocer las últimas novedades musicales.

Así fue que una mañana de tantas que nos íbamos a pasar el día a la casa de la Oma (abuela en alemán), entramos en alguna de esas disquerías, y como no podía ser de otro modo, el niño de nueve años tirando de la falda de su madre le pidió, como si fuera un juguete, que le regalara un disco. Ella sin dudarlo, se acercó al vendedor y casi con cierto pudor le preguntó qué disco le podía comprar a su hijo. Lógicamente, uno pensaría que para una criatura de escasos nueve años el mejor disco debería contener aquellas típicas tontas melodías infantiles, pero no, raudamente el vendedor sacó un álbum, nos pidió muy amablemente que nos dirigiésemos a una de las cabinas en las que se estilaba en aquellos años escuchar los discos, cabinas muy similares a las telefónicas inglesas que suelen verse en las calles de Londres. Recuerdo que mi madre me puso los auriculares, el vendedor apoyó la púa sobre el surco del disco y ya nada volvería a ser igual. El tema en cuestión fue «Ticket to Ride» de Los Beatles, y el riff inicial me señaló el camino. El álbum era un compilado de los mejores temas de los Fab Four, y como era de esperarse, me lo compró, y eso marcó el fin de la música popular norteamericana y alemana, y de la música clásica en mi casa, y comenzaron a sonar ellos, mis amigos y hermanos de Liverpool.

Ese disco sonó una y mil veces, convirtiéndose el Wincofón en el compañero de ruta de una criatura de nueve años que no paraba de mover su cabellera, simulando tocar una imaginaria guitarra eléctrica, soñando inevitablemente con ser un Beatle más.

Bien puedo afirmar que John, Paul, George y Ringo se convirtieron en la banda de sonido de mi vida, desde aquellos lejanos nueve años hasta mis actuales sesenta. Ellos siempre estuvieron, en las buenas y en las malas, con sus melodías alegres, y también con las tristes. A través de ellos comencé a apreciar la música de la India y a amar el sonido del sitar, fueron sus películas las que alegraron mis días, y por ellos estudié inglés y me convertí en un amante de la historia y cultura inglesas, al punto de soñar con recorrer cada rincón de Inglaterra vinculado a la historia de Los Beatles. Y claro, fue por ellos que soñé con aprender a tocar una guitarra, haciendo realidad el sueño de escuchar sus melodías naciendo de mis propias manos: mucho tiempo después el niño de nueve años con su guitarra real, ya no imaginaria, y con mucho menos pelo en su cabeza, pero con el alma y el espíritu de aquél niño logró por algunos momentos, sentirse un Beatle.

Así pasaron los años, años buenos y malos, años en los que dejaba de escuchar sus discos, y años en los que volvía a recorrer una y cada una de sus melodías. Años malos como el de aquella mañana del 8 de diciembre de 1980 cuando me levanté para desayunar, encendí la radio y escuché la fatal noticia de la absurda muerte de John Lennon. Años malos como aquella tarde de noviembre de 2001 cuando llegué a mi casa y mi madre me dijo que tenía una mala noticia para darme: había fallecido George Harrison. De a poco, se me iban yendo mis amigos de Liverpool, aquellos que habían musicalizado mi vida, ahora más que nunca el sueño se había terminado.

En 2007 también partió mi madre, de alguna manera la responsable de este amor y porqué no decirlo, la madre de mis Beatles, porque ella también aprendió a amarlos y a disfrutar de sus hermosas melodías.

Hace apenas unos días conocimos el último tema de ellos, y es inevitable preguntarse si será verdaderamente el último, yo afirmo que no, ellos siguen componiendo, y lo van a seguir haciendo eternamente. A veces pienso que Los Beatles son la prueba irrefutable de la existencia de Dios, porque sólo él pudo haber juntado a estos cuatro genios, y habernos regalado tanta belleza musical.

Cuando escucho «Now and Then», mis ojos se llenan de lágrimas, me resulta imposible no emocionarme al escuchar la voz de John Lennon, al ver el video con las imágenes de los cuatro beatles otra vez imaginariamente juntos...imagine Alberto, imagine...

Tomo mi guitarra y toco el nuevo tema, ahora «Now and Then» suena en mi guitarra, toco y vuelvo a ser aquél niño de nueve años, que todavía sueña con ser un Beatle, pienso en mi madre, la imagino escuchando esta melodía en mi guitarra, recordando aquella mañana en que me regaló mi primer álbum de Los Beatles.

Ella logró con tan poco, tanto, y ellos con tanto, lograron que yo me sintiera un poco Beatle.

The Beatles in my Life, así fue, así es, y así seguirá siendo.

 


sábado, 1 de julio de 2023

 THE DARK SIDE OF THE END

Jueves 29 de Junio de 2023

Estadio Luna Park, Buenos Aires, Argentina

 

Pink Floyd, ha sido, es, y seguirá siendo una de las mejores bandas de rock progresivo de la historia. No creo exagerar si me atrevo a afirmar que, en un futuro no muy lejano, su obra será puesta al mismo nivel en el que hoy valoramos a clásicos como Mozart, Beethoven, Bach, y tantos otros músicos que nos han precedido.

The End, ha sido, es, y seguirá siendo una de las mejores bandas tributo a Pink Floyd de estas latitudes (si es que el término tributo es válido, dado que podríamos decir lo mismo de todas las orquestas sinfónicas y/o filarmónicas del mundo que reproducen las obras de los clásicos, sin que esto nos lleve a calificarlas en el mismo sentido).

Una vez más, y van...la excelente banda argentina se presentó en el Estadio Luna Park con un lleno casi total, rindiendo un preciso, fiel y respetuoso homenaje a una de las más emblemáticas composiciones de la banda inglesa como ha sido «The Dark Side of the Moon», al cumplirse 50 años de aquél lejano día de 1973 en que viera la luz este maravilloso álbum.

Sin lugar a dudas, pensar en replicar los mismos sonidos y efectos de la grabación original, tratando de no descuidar ningún detalle, a sabiendas que gran parte de su público conoce la obra de Pink Floyd casi de memoria, pudiendo llegar mucho antes que los mismos músicos a cada uno de los acordes, notas y solos que componen cada tema, es un enorme, por no decir ciclópeo desafío, el que The End superó con creces e intereses.

Basta escucharlos en cada una de sus presentaciones, permitiéndonos el ejercicio de cerrar los ojos por un instante, y así nos podremos imaginar sentados en alguna butaca del London’s Earls Court, allá por 1973 asombrándonos ante tan maravillosa creación de la banda inglesa, replicada fielmente por este excelente grupo de músicos argentinos.

Así, de esta manera, la noche del pasado jueves 29 de junio, cada uno de los temas que integran «El Lado Oscuro de la Luna» fue presentado en el mismo orden del álbum original, en una superlativa muestra de calidad sonora, puesta en escena, maestría musical y vocal, acompañada en todo momento por una acertada conjunción de luces y efectos láser que ponen a The End a la misma altura que las mejores bandas de nuestra época.

La noche, claro está, no llegaría a su punto final con «Eclipse», porque una vez finalizado el merecido homenaje al histórico álbum, la gran banda argentina nos estaría regalando más de una hora de reconocidas composiciones de muchos de los álbumes de Pink Floyd, desfilando así para deleite de nuestros oídos temas tales como «High Hopes», «Wish You Were Here», «Comfortably Numb», «Run Like Hell», «Another Brick In The Wall», «One Of These Days», entre otros.

No sería correcto cerrar esta crónica sin hacer mención de cada uno de los músicos que integran The End y de la brillante labor desempeñada sobre el escenario del Luna Park la noche del pasado jueves:

Gorgui Moffat: un "frontman" al que le ha tocado en suerte un gran desafío, ser la voz cantante de cada uno de los temas de Pink Floyd, lo cual no sería de sorprender dado su excelente desempeño al frente de esta tarea, sin embargo debemos considerar que la banda inglesa nunca tuvo un líder de esta naturaleza atento que las voces eran compartidas y/o repartidas entre David Gilmour, Roger Waters y Richard Wright, lo cual enaltece aún mucho más su labor.

Matías Dietrich: sin lugar a dudas, el mejor David Gilmour de estas latitudes, no solamente es destacable su enorme calidad a la hora de ejecutar cada una de las notas y acordes al frente de su Black Fender Stratocaster, sino además su desempeño frente al Steel Guitar no tiene nada que envidiarle al mismísimo músico nacido en Cambridge.

Chapeau para los solos de «Time», «Comfortably Numb» y «Money», parada difícil si las hay.

Mariano Romano: al frente de la segunda guitarra su desempeño ha sido brillante, no sólo por su sentimiento a la hora de ejecutar cada uno de los temas, sino también porque habiendo estado aquejado por una tendinitis en su mano izquierda, se plantó frente al desafío de tocar durante casi dos horas y media de recital, con un profesionalismo digno de los guitarristas más encumbrados del rock, no creo exagerar si lo comparo con un Clapton, o con un Mark Knopfler.

Juan Folatti: suelo decir que no es lo mismo tocar el bajo, que ser bajista, pues bien, Juan Folatti no es sólo bajista, es un excelente bajista, cada uno de los sonidos emitidos de las cuerdas de su bajo nos golpeaban en el pecho señalándonos el ritmo de cada uno de los temas que sonaron esa noche. Si Matías es el Gilmour de estas latitudes, Folatti es nuestro mejor Waters.

Alejandro Pérez Sarmenti: se ha dicho que Nick Mason no es uno de los mejores bateristas del rock progresivo, lo cual no significa que haya sido malo, al contrario, bien podríamos calificarlo como un gran baterista, sin embargo en el caso de Alejandro Pérez Sarmenti no cabe ninguna duda que, no sólo se trata de un gran baterista, sino que además replicar cada uno de los sonidos de los temas de Pink Floyd con tanta precisión y fidelidad, lo convierte en un brillante baterista (en un futuro no muy lejano se merece tener una de las campanas originales de la «Whitechapel Bell», así disfrutamos mucho más de «High Hopes»).

Martín López Camelo: decir que Dick Parry, el saxofonista de Pink Floyd es algo así como el quinto Floyd, no sería exagerado, ni mucho menos, claro está en la última gira mundial de David Gilmour, su «Dick Parry» fue João Mello, un buen saxofonista brasileño pero que, lamentablemente, no supo estar a la altura del histórico músico de los vientos pinkfloydianos. Sin embargo, acá en nuestro país, Mr. López Camelo, sin lugar a dudas es el Dick Parry que un Gilmour necesitaría, un excelente saxofonista, con un despliegue en escena que provocaría la admiración de los mismísimos Charlie Parker o Stan Getz. Un orgullo que sea argentino y que pertenezca a The End.

Hernán Simó y Charlie Kleppe: la primera pregunta que se impone es porqué dos tecladistas? Seguramente, un fanático de la banda inglesa afirmaría con total convicción que replicar a Richard Wright requiere no menos de dos tecladistas, pues bien, dicha respuesta no estaría tan alejada de la realidad, porque el gran mérito de ambos dos reside no solamente en el grado de concentración y fidelidad a la que se ven obligados cuando han de ejecutar la obra de una de las mejores bandas de rock progresivo de la historia, sino que, y esto es digno de resaltar, lograr imitar los mismos efectos que suenan en el álbum original y como si fuera poco, hacerlo en vivo, es digno también del mayor de los elogios. Chapeau para ambos dos!!!

Las Coristas de The End: aquí me permito una licencia y una disculpa, desconozco los nombres de dos de ellas, una, creo es la que más tiempo lleva en la banda, se trata de Alejandra Peralta, a las otras dos les pido disculpas por no saber sus nombres, sin embargo lo que han generado a la hora de protagonizar «A Great Gig In The Sky» es absolutamente de otro mundo, sus voces son de otra galaxia, han hecho un trabajo de un profesionalismo tal que las sitúa a la misma altura de una Clare Torry, o una Durga McBroom, todo esto sin mencionar sus aportes en cada uno de los temas en los que intervinieron, y como si fuera poco, son tres hermosas féminas.

 

Finalmente, y cerrando, capítulo aparte para los alumnos y alumnas que actuaron e hicieron las veces de coro, imitando a los mismos de la película «The Wall», mientras sonaba «Another Brick In The Wall», excelente performance de todos ellos.

 

Claro, no todos pueden ser elogios, y aquí me permito hacer una observación crítica, desconozco si existió un director de cámaras, pero aquellos que tuvieron la responsabilidad de seguir con sus lentes a cada uno de los músicos, o incluso, de haber existido un director de cámaras responsable de decidir en qué momento enfocar a cada uno de ellos, se notó claramente que desconocían en profundidad cada uno de los temas de Pink Floyd y específicamente el momento en que cada integrante de la banda debía ser focalizado en su respectivo instrumento al momento de pasar a ser el protagonista de un solo de guitarra, de batería, de teclados o de saxo. Una pena, especialmente para con aquellos fans que ubicados en los lugares más distantes del escenario contaban con las pantallas para poder apreciar la enorme calidad del recital que se desarrollaba sobre el escenario del Luna Park.  


El Lado Oscuro de la Luna no termina aquí, de hecho apenas comienza, gracias a la excelente presentación que nos regalaron los integrantes de The End el pasado jueves. Cosmonautas de la música que a través de cada uno de sus instrumentos, de cada una de sus voces, nos llevaron a conocer ese lugar tan secreto y esquivo para el ser humano como es, y ha sido, El Lado Oscuro de la Luna, lado oscuro de vivencias y pensamientos del ser humano, misterios y preguntas sin respuestas que cuatro jóvenes ingleses allá lejos y hace tiempo se encargaron de inmortalizar a través de un emblemático álbum. Ayer Pink Floyd creó la nave, hoy The End se encarga de regalarnos una nueva Gira Mágica y Misteriosa. Gracias Totales The End!!!

 

 

domingo, 11 de junio de 2023

 Y un día volvió Jaime Roos...

 

Sábado 10 de Junio de 2023, ocho años después de la última visita del nacido en Durazno y Convención, Rambla Sur, a nuestro país, y como no se podía esperar otra cosa de este porteño que ama todo lo uruguayo, ahí me hice presente.

La fría noche comenzaba a anunciarse prologando lo que sería un recital de esos que no se olvidan, tal vez, y creo no exagerar, una de las mejores presentaciones del uruguayo, y conste que ya he visto muchas.

A mi arribo la primera gran sorpresa, una hermosa entrerriana, de Gualeguaychú, para más datos, como telonera de los charrúas. Normalmente, no me suelo fijar mucho en los teloneros, la gran mayoría suelen pasar sin pena ni gloria, pero lo demostrado por Noe Recalde es de destacar, una excelente guitarrista con un repertorio que marca diferencia, algo similar a lo ocurrido con El Delirio de la Parca cuando telonearon a La Renga hace muy poco en la ciudad de Concordia, Provincia de Entre Ríos. Chapeau para ambos!!!

Cerca de las 21:15 ante un Luna que avizoraba localidades agotadas, se apagaron las luces del estadio y se hizo presente la voz de Jaime Roos presentando a cada uno de los 20 músicos...veinte músicos, sí!!! en formato futbolero (no se podía esperar otra cosa del hincha de Defensor Sporting), mientras cada uno de ellos hacía su aparición sobre el escenario...escenario? o césped del estadio?

Y así cuando el árbitro dió el pitazo inicial la mejor selección celeste, ya de entrada, en una jugada maravillosa anotó el primer gol: «Tal vez Cheché», y cuando nadie se lo esperaba, anotaron el segundo: «Adiós Juventud», y sí, parece mentira las cosas que veo por las calles del estadio, el gran Jaime nos puso a todos de pié y a bailar se ha dicho!!! No salgo de mi asombro al ver al oriental con sus cercanos 70 años seguir tocando y disfrutando como si fuera el mismo que allá lejos y hace tiempo pisaba por primera vez la vieja Trastienda en nuestro país, y lo tiró, cómo nos contagió su alegría, su buena onda, sus ganas de volver a estar con nosotros, argentinos y uruguayos, abrazados en uno mismo, esos que compartimos el mismo río marrón, los mismos que en un pentagrama imaginario nos deleitamos con el rock, el candombe, el folclore, el tango, y la murga.

Y así van desfilando sus clásicos «El Hombre de la Calle», «Las Luces del Estadio», «Victoria Abaracón», «Milonga de Gauna», en lo que se convertiría en una especie de set acústico, íntimo, entre Jaime, Nico Ibarburú, y Gerardo Alonso...y qué decir de otro grande como Nico, sin dudas el David Gilmour rioplatense, no me cansé de mirarlo y admirarlo en las pantallas ubicadas a ambos lados del escenario, y eso que me encontraba en fila 9, pero quería esa toma clara, precisa, sobre el diapasón de su guitarra, apreciando esa increíble ductilidad en la ejecución, y el sentimiento...el sentimiento que se desprendía de su rostro ante cada nota que emergía de sus dedos. Sin ninguna duda uno de los más grandes guitarristas del Río de la Plata, anque de Sudamérica.

Y los temas siguen desfilando, uno tras otro, así pasan «Golondrinas», «Cometa de la Farola», «Lluvia con Sol», «Nadie me dijo nada», «Good Bye» (dedicada al querido Flaco Spinetta), «Esta Noche» (en un tremendo duelo de guitarra y bajo, que nos regalaron Nico y Gerardo).

Otro que no deja de sorprender es el genio del teclado, Gustavo Montemurro, a esta altura ya un histórico de la banda de Jaime, y hablando de históricos, resultó llamativa la ausencia del querido "Nego" Haedo, y justificada la de Freddy Bessio de gira por Europa. Otra ausencia significativa, desde hace ya un par de años, ha sido la del gran Hugo Fattoruso, que aparentemente fuera separado de la banda por razones que desconocemos. 

Injusto sería olvidar los homenajes que les hicieron al Polaco Goyeneche,a Piazzolla, al inolvidable Canario Luna, entre otros.

Y la noche no se termina, nos siguen anotando goles los uruguayos con «Amándote», «Brindis por Pierrot» (esta última en una interpretación descollante de Pedro Takorián), «Que el letrista no se olvide» y »Colombina».

A esta altura el partido ya se convierte en goleada, la mejor selección uruguaya de músicos, siguen anotando goles uno tras otro, y cuando creíamos que todo llegaba a su fin, nos cobran penal en tiempo suplementario, y el mejor técnico de esta selección nos regala «Cuando juega Uruguay» (Vamo’...vamo’ arriba la Celesteee!!!), «Amor profundo» y un cierre imponente, superlativo a todo rock, candombe y murga con «Durazno y Convención».

Todos queremos más, que esto no se termine nunca, que Jaime Roos venga todos los fines de semana a tocar en Buenos Aires, que la música no se acabe. De a poco nos vamos retirando del Luna, y perdido en mis pensamientos voy deambulando por la Avenida Corrientes pensando en cuán agradecido me siento por la música de Roos, por esa hermandad con los vecinos de enfrente, pienso en ese río marrón que no nos separa, nos une, nos hermana en la música, en el futbol, en el Carnaval, en la murga, en el mate y el asado. Si como algunos, despectivamente lo suelen hacer, al referirse a Uruguay, definiéndolo como una provincia argentina, yo les respondo qué orgulloso me siento como argentino de tener a los uruguayos como hermanos, provincianos o no, los límites son caprichos de la historia, los sentimientos no reconocen fronteras.

Anoche, cada uno de esos músicos, excelentes músicos, nos regalaron dos horas y cuarto de más de veinte himnos, canciones que guardamos en nuestros corazones, letras que no se olvidan, y que repetimos cual rezo laico como fieles peregrinos en una misa pagana donde el pastor de este gran rebaño del sur del continente americano se llama Jaime Roos.

Se va Jaime y un «Hasta Pronto!!!» nos deja con la esperanza de un nuevo retorno que no dure esta vez ocho años, que así sea!!!



 

viernes, 30 de diciembre de 2022

 Y se fue otro año nomás...

«All Things Must Pass»




 Hace mucho tiempo atrás, más precisamente en los años de mi adolescencia gustaba de hacer un balance a fin de año de aquellos hechos o circunstancias que me habían generado felicidad, como así también de las vivencias negativas por las que me había tocado atravesar, léase pérdida de familiares, la mala salud de mi viejo, materias no aprobadas, la novia que te dejó, en fin, para mí era como tomar la balanza y ubicar en sus platillos lo positivo y lo negativo de ese año, y así, de ese modo, comenzar a bosquejar la hoja de ruta del nuevo año, incrementando los hechos felices, y aprendiendo a enfrentar las cosas malas que, de uno u otro modo, suelen ser inevitables.

Con el paso de los años, con la vorágine en la que la vida de adultos nos sumerge, dejé de realizar esta práctica, y finalmente me resignaba a pensar en cómo había terminado el año, lo que ya no constituía un balance, sino algo así como un breve documental, que se proyectaba en mi mente, en algún momento de los últimos días del año que terminaba.

Este año me nació la necesidad de volver a hacer ese balance, y creo, sospecho, que esa necesidad viene de la mano de, simbólicamente, decirle al 2022 que se vaya y que no vuelva. Para mí, en lo personal, no fue un buen año, perdí tres amigos, tres excelentes personas, demasiado ensañamiento de parte de Dios, o de lo que maneje los hilos de la humanidad. Dos Alejandros, y un Diego. Así, los defino, así los tengo presentes. Uno, un compañero de trabajo, ese petiso pelado que todos los viernes a la tarde se escabullía hasta mi escritorio para conversar de música, de álbumes, de modelos de guitarras, en fin...el otro Alejandro, mi profesor de guitarra, que pasó de docente a amigo, un tipo fenomenal al que le debo poder hoy sentarme a tocar tantas melodías que constituyeron y constituyen el soundtrack de mi propia vida, un amigo que tantas veces me hizo de psicólogo cuando la mano no venía muy bien en mi vida, ya fuera con el laburo, o con la maldita pandemia y el espantoso encierro al que nos vimos sometidos, y finalmente, cuando nadie se lo esperaba, se nos fue el gordo Diego, ese que tan afectuosa y gentilmente nos recibía en su campo de Goldney para compartir nuestros inolvidables asados mensuales, esos que ocurrían cada primer sábado de mes y que esperábamos con tantas ansias el resto de sus amigos para olvidarnos de toda lo malo que nos pudo haber estado aquejando en ese último mes.

No fue un buen año. Definitivamente, no lo fue. Si a esto le sumo mis dos episodios de salud, resultado de sucesivos ataques de pánico nacidos quizás en esa búsqueda frenética de respuestas a la pérdida de personas queridas, respuestas que nunca llegan, ni llegarán, el platillo de la balanza comienza a inclinarse hacia lo negativo, mucho más que hacia lo positivo.

George Harrison fue quien dijo que todas las cosas deben pasar, aquello de «All Things Must Pass», y verdaderamente ha de ser así, o mejor dicho, es así. Cuando parecía que todo se encaminaba a un fin de año insulso, totalmente olvidable, casi como para romper en mil pedazos el viejo almanaque, el viento comenzó a cambiar de dirección.

Así fue que me reencontré con un gran amigo de mis años de trabajo en La Ley, el querido Pablo López, con quien compartimos dos excelentes recitales como fueron los de Nito Mestre en el Opera, y David Lebón en el Luna Park, excusa para terminar recordando nuestros años en la empresa, volviendo una y otra vez sobre el disfrute de haber visto a dos grandes del rock nacional transitando sus repertorios con un profesionalismo indiscutible.

Y si de reencuentros se trata, no puedo dejar de mencionar al querido Sergio Swierdlow Sus, compañero de secundaria, beatlemaníaco como quien escribe, con quien compartimos un inédito documental sobre la visita de The Beatles a la India, en su retiro espiritual en Rishikesh, todo esto acompañado de sabrosa comida hindú.

Del mismo modo, viví este año tres inolvidables momentos junto a mi primo Guillermo, mi hermano el Negro Fernández, y la querida Dahiana, en el Estadio Obras siendo testigos por enésima vez? de los queridos Die Toten Hosen, la mejor banda alemana de todos los tiempos. Y, como si esto fuera poco, después vino Coldplay y Liam Gallagher, emociones compartidas junto a la genia de mi prima Florencia, y a mi gran amiga Verónica. Coldplay...ufffff...ya lo dije y lo seguiré diciendo hasta el cansancio: de lo mejor que he visto en materia de recitales desde aquella lejana noche de 1981 cuando fuí testigo de la venida de Queen a nuestro país, al presente. Top five para Coldplay, sin dudas.

De a poco, el platillo de lo positivo comenzó a equilibrar la balanza, y como dijeran mis cuatro amigos de Liverpool, esto siempre ocurre «With a Little Help of my Friends», y vaya si es cierto, porque cuando tras la partida de mi profesor de guitarra, abandoné todo, guardé las guitarras en el ropero, y desistí de seguir tocando, apareció Mariano, de la mano de la querida Vero, que, insistiéndome una y otra vez para que yo volviera a hacer una de las cosas que más me gustan, como dedicarme a la música, generó el puente para que, una vez más, yo decidiera volver a tomar clases, perfeccionar mi técnica, y disfrutar de ese momento en que con la guitarra en mis manos comienzo a desandar el camino de aquellas viejas melodías que devuelven la sonrisa a mi rostro, y despiertan en mí, las ganas de volver a tocar, esta vez a través de las enseñanzas de un grande como Mariano Romano, guitarrista de la excelente banda The End, banda tributo a Pink Floyd.

Tal vez, y sólo tal vez, esté dando un paso pequeño, pero paso al fin, que me acerque al sueño de poder tocar con el mismo estilo de mi ídolo David Gilmour, y por ahí, quién te dice, concretar el sueño que no pudo ser de tocar en vivo como habíamos planeado con el recordado Alejandro.

Finalmente, y cerrando un año que, preferiré olvidar, dos hermosas personas me acompañaron en Nochebuena, y permitieron que la Navidad no me convirtiera nuevamente en el Grinch en el que me convierto cada año cuando llega diciembre, ellas fueron mi querida prima Florencia, y la genia y gran compañera y amiga que es Dahiana Cano, con quienes, guitarra mediante, terminamos cantando hasta entrada la madrugada, mal que le pese a los vecinos, transitando por gran parte del repertorio aprendido durante estos últimos años.

Dijo el recordado Gustavo Cerati: «En los peores momentos de mi vida, la música ha sido lo que me produjo mayores satisfacciones. En los momentos más torturados, la música me salvó». Puedo dar fe que es así. En el año que termina la balanza se equilibró, a último momento, gracias a la música, y a las mágicas personas que la vida puso en mi camino y que, cuando parecía que nada iba a hacer cambiar la dirección del viento, ellas lo consiguieron.

A esas personas, a las que ayudan sin hesitar, a las que te tienden la mano cuando estás cayendo, a las que aparecen cuando menos te lo esperas, a las que saben escuchar, a las que no te faltan el respeto porque se enriquecen en tu disenso, a las que te acompañan en el camino de la vida, sin ningún interés personal, les digo GRACIAS TOTALES, y brindo por un 2023 que sea mucho mejor para todos y todas, especialmente para las familias de los seres queridos que se fueron este año, y para todos aquellos que sueñan, que aún no bajan los brazos y que siguen luchando por cumplir esos sueños truncos, sabiendo que con empeño, con ganas, en algún momento se verán concretados. 


FELIZ 2023 PARA TODOS Y TODAS!!!

 

jueves, 3 de noviembre de 2022

 

MIERCOLES 02 DE NOVIEMBRE DE 2022

COLDPLAY: UNA NOCHE INOLVIDABLE.

 



Tocaba a su fin la década de los noventa y una canción junto a su video comenzaba a instalarse en mis oídos con la misma velocidad del sonido, era justamente, «Speed of Sound», de una banda inglesa cuyo nombre aún no me sonaba muy conocido: Coldplay. Vaya nombre me dije, algo así como «Tocar en frío»? Pues bien, como me ocurre siempre quise escuchar algo más de ellos, de modo que hice lo que siempre hago, adquirir el álbum correspondiente a ese tema, el que, dicho sea de paso, fue duramente considerado por la crítica de aquél entonces, sin embargo, para mí fue descubrir algo nuevo, un sonido distinto, eso que nos sucede cuando una canción te mueve algo, te toca una fibra, y te impulsa a querer saber más de ellos, escuchar otros temas, y porqué no, ir a verlos en vivo. La primera vez que pisaron suelo argentino no los pude ver, hicieron un par de Gran Rex y las entradas volaron, pero en 2010 tuve revancha, los pude ver en un Estadio Monumental con lleno total presentando «Viva la Vida», en un recital de primer nivel, y donde confirmé que no me había equivocado el día que comencé a adquirir su discografía. Sin embargo, lo de anoche, lo vivido anoche en el mismo lugar que hace doce años atrás, fue absolutamente superlativo, no existen palabras para expresar la enorme calidad de la presentación de la banda inglesa. Cómo te explico que fuimos todos y todas parte de Coldplay, cómo te explico la enorme energía positiva desplegada por Chris Martin y su banda junto a la inigualable devolución del público, cómo te explico esas ganas de darles un abrazo y agradecerles el maravilloso regalo que nos estaban entregando, cómo te explico ver familias enteras, hijos, tal vez nietos, porqué no, sobre los hombros de sus padres con rostros de estar viendo algo de otro planeta, cómo te explico las lágrimas de las adolescentes y de esas señoras que pasaron los cuarenta y que se seguían emocionando como si fueran esas mismas adolescentes, cómo te explico mi propia emoción al ver los rostros de mi prima Florencia y de mi gran amiga Verónica no sólo emocionándose, sino bailando, y entrando casi en un estado hipnótico por no poder creer lo que estaban presenciando, cómo te explico mis Gracias Totales al cielo, a mis viejos, a mi vieja en especial por aquél primer álbum de The Beatles, sin el cual yo, seguramente, no hubiese estado anoche disfrutando de Coldplay, cómo te explico tantas, pero tantas sensaciones vividas anoche en River.

Y sí, fueron pasando «Speed of Sound», «Paradise», «A Sky full of Stars», «In my Place», «Fix You», «Vida la Vida», y tantos temas más, al punto que uno hubiese deseado que el recital durara lo que todos sus álbumes juntos.

Capítulo aparte para el uso ecológico de la tecnología, las pulseras con las luces una increíble forma de hacer participar al público, o mejor dicho, permitir que el público sea parte de la banda, los fuegos artificiales, los globos gigantes simulando los planetas de la galaxia, en definitiva un impresionante, enorme e inolvidable recital de estadio, un estadio con lleno total que me lleva a pensar si este tipo de fenómenos ocurren del mismo modo en otros lugares del mundo, tal vez sí, no lo sé, lo que sí sé es que la respuesta de nuestro público es absolutamente única.

Y como era de esperarse no podía faltar el homenaje a nuestro Soda Stereo, y al recordado Gustavo Cerati, con su tema «De Música Ligera» entonado por todo un estadio y rematado con el carismático Chris Martin repitiendo aquella frase final que ya es parte de todos nosotros: Gracias Totales!!!

Y sí, Gracias Totales Chris, Jonny, Guy y Will, Gracias Totales Coldplay!!!

 

domingo, 23 de octubre de 2022

 

Sí, definitivamente somos una tribu.

 



Sí, definitivamente somos una tribu. A los Hosen se los ama, o no. ¿Son un viaje de ida? Sí, sin ninguna duda. Y voy a empezar mi crónica de lo vivido anoche en el recital de la mejor banda alemana y la más querida en nuestro país, por el final. Salir de La Farola de Nuñez y que dos pibes de treinta y tantos años (si los tenían, porque parecían de menos) te peguen el grito «Aguanten los Hosen!!!» y se te acerquen a conversar generando una amistad ocasional nacida únicamente por el eterno amor para con la banda alemana, y que estos mismos pibes nos muestren su admiración porque tres adultos que están pisando los 60 años sean fanáticos de los Hosen y no se pierdan, cada vez que la ocasión lo permite, ir a verlos, no tiene precio, yo me atrevo a decir que fue la frutilla del postre de una noche inolvidable en un Buenos Aires con temperaturas invernales fuera del estadio, pero adentro rebosante de un calor fraternal que sólo estos músicos de Düsseldorf son capaces de generar.

Sí, definitivamente esto nos convierte en una tribu. Una tribu donde se juntan fans argentinos y alemanes, donde el idioma no es barrera, porque nos reconocemos por nuestras remeras, por las banderas, por los cánticos casi de hinchada futbolera, porque vemos asomar las casacas del Fortuna Düsseldorf, el equipo de la Bundesliga 2, que nos convierte sólo por esta noche en hinchas del plantel de la remera roja y blanca, aquél que los mismísimos Hosen salvaron de la quiebra, hace ya unos cuantos años atrás.

Qué te puedo decir que ya no te haya dicho sobre estos cuatro alemanes que dejan el alma sobre el escenario cada noche que se presentan en nuestro país: Campino un "frontman" admirable, un hermano de la tribu hosenera, Breiti un músico que al frente de su guitarra no duda un instante en traducirnos en un perfecto español lo que nos quiere comunicar su compañero Campino, Kuddel el alma mater de la banda, el músico que la tiene más que clara al frente de sus guitarras, Andy el bajista que no para de correr por todo el escenario y que si puede, se tira sobre el público en un mosh que todos esperan se produzca para verlo tocar despreocupadamente sobre esa ola humana que lo va trasladando casi en el aire, de regreso al escenario, y Vom Ritchie, la excepción, el pequeño inglés que al frente de su batería deja el alma, casi como en una extraña reencarnación del recordado Keith Moon, el histriónico baterista de The Who.

Sí, definitivamente somos una tribu. Somos un tribu que no te pide requisitos para ingresar, una tribu hermanada en la música de una banda de punk rock que naciera allá lejos y hace tiempo en un barrio obrero de Düsseldorf, una tribu que, de alguna manera, tuvo un cacique que se llamó Pil, el líder de Los Violadores (aclaro para los que no lo sepan que fueron Los Violadores de la Ley, porque después aparecen los susceptibles de siempre confundiendo los conceptos), banda que fuera la mejor representante del punk en nuestro país, y cuyo líder Pil, el responsable de haberlos convencido de tocar por primera vez en Buenos Aires allá por 1992.

En lo personal no puedo evitar sentir esa afinidad con los Hosen dado mi amor por la que fuera la tierra de mi madre y de mis ancestros, y no te equivoques con mi apellido, porque si bien italiano es lombardo, y los longobardos fueron, justamente, una tribu germana que luchó contra el imperio romano. De alguna manera, los Hosen me devuelven esa conexión con mis orígenes, con mi infancia, con las charlas en alemán que mantenían mi abuela y mi madre, cuando yo era un niño de escasos nueve o diez años, me regalan esa vecindad que existe entre la ciudad de Duisburg de donde vinieron mis abuelos y mi madre, y Düsseldorf, la ciudad de mis queridos Die Toten Hosen.

Finalmente, compartir estos recitales con viejos y nuevos miembros de la tribu hosenera como mi hermano el Negro Fernández, o mi primo Guillermo, o ahora, quién te dice, ella lo decidirá, darle la bienvenida a la querida Dahiana como una nueva miembro de la tribu, permite que cada encuentro con los Hosen se convierta verdaderamente en una reunión de amigos.

De los temas que tocaron no te voy a contar, la próxima te venís con nosotros, y después me contás, si tenés ganas de ser parte de la tribu.

A mis queridos Die Toten Hosen, a Campino, a Breiti, a Andy, a Kuddel, y a Vom Ritchie, sólo me resta decirles Gracias, Gracias por la buena onda, por la música, por el afecto hacia nuestro país, por estar siempre en las buenas y en las malas, aún cuando las cuentas no cerraban por la situación económica de Argentina, ellos siguieron viniendo.

Gracias por volver, porque estos últimos tres años no fueron buenos para nadie, por lo que nos tocó vivir con la pandemia, por ayudarme a sanar el dolor que te genera haber perdido buenos amigos en el camino, que ya no están. Anoche, salí de Obras, de alguna manera, sanado, aún quedan heridas abiertas, pero anoche los Hosen se encargaron de ser el mejor remedio para esos dolores que lastiman sin sangrar: «Steh auf, wenn du am Boden bist», y en eso estamos mis queridos Die Toten Hosen, en eso estamos...