jueves, 18 de diciembre de 2025

 

Sólo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente...y no lo fue.

 

Nací en el ´63 dijo alguna vez un músico rosarino, y sí, nacimos en el ´63, muchos más un año antes, y cuando nadie te hacía prever que una guerra te iba a cambiar la vida, así fue, nos la cambió.

Teníamos apenas 18/19 años, y pensar en matar o morir a esa edad no es algo que ocupara nuestros días. Para algunos de nosotros nuestra única preocupación simplemente se reducía a la novia con la que nos íbamos a ver el fin de semana, o la carrera universitaria que íbamos a estudiar, mientras que para otros era el trabajo que les permitiría ayudar a sus viejos, estudiar no era una materia pendiente en sus vidas. Algunos veníamos de hogares de clase media, otros de barrios muy humildes, y algunos de familias aristocráticas (los menos), pero todos compartíamos las mismas necesidades, los mismos miedos, las mismas creencias en un ser superior que, de uno u otro modo, nos iba a proteger. Sin embargo, existía un hilo invisible que nos unía a todos: la solidaridad con el compañero. Semanas atrás me preguntaba qué era lo que nos seguía uniendo después de tantos años, cómo se pudo producir ese momento mágico del reencuentro después de cuarenta años de terminada aquella época tan difícil, que aún hoy parece estar a la vuelta de la esquina, quizás nunca encuentre la respuesta, del mismo modo en que tal vez nunca sepa porqué no fuimos, porqué no sostuvimos a aquél compañero que sí fue, o porqué guardamos silencio durante tantos años, silencio torpe para con ellos, y silencio cómplice para con nosotros mismos, ese silencio que mis viejos guardaron conmigo, y yo con ellos, ese silencio que pareció comenzar a batirse en retirada cuando un día decidimos reencontrarnos y comenzar a hablar, ese silencio que mutó en escucha, en disculpa tácita, en un acá estamos recién un 5 de julio de 2025, cuando el héroe comenzó a hablar, y los eternos caminantes de un purgatorio no elegido, empezaron a escuchar, y en la escucha a sanar, y en la sanación, el perdón. Malvinas siempre vuelve a mí, quizás esté reclamando mi ausencia, nuestra ausencia, el no haber estado cuando te necesitaban, y ante cada mención de ambas hermanas, las islas, mis ojos se vuelven a llenar de lágrimas, y mi cabeza de preguntas, y el recuerdo del sufrimiento de mis viejos, de los viejos de todos nosotros, de madres y padres de aquellos soldados de 18/19 años que alguna vez fuimos. Siempre vuelvo a ellas aunque no las conozco, una y otra vez me pregunto cómo hubiese sido, cómo me habría comportado, y si hoy estaría acá, o allá junto a ellas, velando por una tierra irredenta que nos pertenece.

Noviembre de 1982: Estadio Obras, B.A. Rock, y ahí estamos, la pesadilla terminó, o al menos parece alejarse lentamente, nuestros sueños están cada vez más cerca de hacerse realidad, y mientras cae el sol sobre un precario escenario, te veo querido León cerrando con ese rezo laico, junto a Miguel, a Raúl, a Nito, y a tantos más, sin saber que te convertirías en mi referente, en un ejemplo a imitar, tanto que mi primera guitarra y armónica llegaron a mi vida por la inspiración y el respeto que en mí generaste. No podíamos cantar muchas de tus canciones por aquellos días, aún nos faltaba vestir el uniforme verde oliva un par de meses más, y de Ushuaia a La Quiaca para nosotros sólo era una distancia a recorrer, sin música, sin culturas por descubrir. El tiempo nos permitió años más tarde despojarnos de prejuicios, y retornar a esa humildad con la que el alma se abre a la sencillez, y a ese amor que te abre la puerta al compartir.

Hoy te veo y vaya uno a saber por qué extraña razón, se me vuelven a llenar los ojos de lágrimas, quizás sea, ha de ser, por el paso del tiempo, por desear que el reloj de arena se detenga y me permita volver a aquellos días en los que me encontraba desenchufado, recibiendo tus mensajes del alma, sin bandidos rurales que me atemoricen, pensando en nada, y sabiendo que, mientras miro las nuevas olas, en algún momento seré parte del mar, por lo que sólo me resta decirte por aquellos días de 1982, por el silencio, por el olvido, por el dolor compartido, por las lágrimas que en soledad cayeron, por todas aquellas charlas sanadoras que no pude tener con los que ya no están, que nunca olvidaré esas tres palabras que, un día en un álbum me regalaste: Por Favor Nunca Más, Perdón por el Silencio, y Gracias por la Paz.