Un lugar donde encuentra refugio la música, donde la expresión escrita revive el sentimiento visual, donde el arte despierta lo mejor de cada uno, donde la solidaridad es una melodía que al sonar dibuja las mejores sonrisas en el alma de quien mas las necesita. "...and in the end, the love you take is equal to the love you make..."
domingo, 27 de noviembre de 2011
RICK WAKEMAN - Buenos Aires, Teatro Gran Rex, 27 de Noviembre de 2011
No resulta nada nuevo afirmar que la calidad desplegada por Rick Wakeman, el otrora rubio pelilargo tecladista de Yes, al frente de sus teclados es realmente insuperable. Claro, uno recuerda que siempre esta muestra de virtuosismo fue acompañada por los mas modernos sintetizadores y eso, por cierto, es una ayuda contundente a la hora de un recital de estas características. Pero hoy la sorpresa ha sido mayúscula al descubrir que el señor Rick Wakeman se disponía a ejecutar sus obras en la mas absoluta soledad de sintetizadores, haciéndolo simplemente al frente de un maravilloso piano de cola Steinway & Sons…casi nada!
No resulta nada nuevo afirmar que cuando se fusionan la música clásica, en este caso ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires con la dirección del Maestro Guy Protheroe, y el rock de un fenómeno como Rick Wakeman, el resultado es una maravillosa lección de rock sinfónico, deleite absoluto para los oídos y las emociones.
Con una puntualidad casi inglesa se produjo el inicio de lo que durante casi dos horas completas sería una magistral clase de piano. El desfile de temas se inició con diferentes partes de la antológica “Viaje al Centro de la Tierra”, pasando por un clásico como “Catherine Parr” del recordado álbum “Las seis esposas de Enrique VIII”, rescatando del olvido uno de los temas del álbum “White Rock” y ejecutando una de las tantas maravillas del excelente “Los mitos y leyendas del Rey Arturo…”, en un devenir de los ya conocidos temas de larga duración (esos que solían ser dos o tres temas solamente por cada lado del disco).
Si para muestra basta un botón, el sólo hecho de haber tenido que ejecutar cuatro interminables bises, solicitados por un público de los mas heterogéneo, donde la alternancia entre jóvenes y adultos, padres e hijos, era la nota de la preservación en el tiempo de un autor que ya se encuentra en la galería de los grandes, y del que casi me atrevería a decir, que ya no sólo de los grandes del rock, sino también de la música clásica.
Decir que Rick Wakeman es uno de los mejores, sino el mejor, tecladista de todas las bandas de rock sinfónico y no sinfónico conocidas, no es nada nuevo. Creo que no existe un músico dentro de este mismo ámbito que pueda superar la calidad del viejo tecladista de Yes.
El dato emotivo de la noche, que nunca puede faltar, estuvo dado por el mismísimo Wakeman, cuando en un muy entendible inglés nos explicó que ningún músico ha podido escapar de las influencias de una gran banda como han sido Los Beatles, por lo cual nos dedicó dos arreglos sinfónicos de “Help” y de “Eleanor Rigby”, los cuales debo reconocerlo, nos conmovieron hasta las lágrimas.
Capítulo aparte para la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires y para las voces de su coro, que no serán las del Teatro Colón, pero emocionan de igual manera, y si de teatros hablamos creo que Rick Wakeman bien se merecería un primer coliseo.
Terminado el último de los bises nos despedimos de aquel místico tecladista que en los años de nuestra adolescencia asociábamos inevitablemente a leyendas del Rey Arturo y al que no podíamos evitar recordar siempre como una suerte de mago Merlín vestido con sus atuendos medievales, guarecido tras una muralla de teclados y sintetizadores, que a la par de los otros caballeros de la mesa redonda, como eran Chris Squire, Stewe Howe, Alan White y Jon Anderson, formaban parte de la recordada banda inglesa de rock sinfónico, la mejor tal vez, como fue YES.
Mientras me encaminaba a mi casa, no podía evitar soñar con que tal vez, en algún momento, nos puedan sorprender con una nueva re-unión y seamos testigos una vez mas de la excelencia que genera la fusión de la música clásica con el rock, en la hoy ya reconocida obra de la gran banda inglesa.
Se me ocurre cerrar esta nueva nota con el recuerdo de aquella imagen que siempre me representó la obra de Rick Wakeman, la espada del Rey Arturo, Excalibur (tapa de uno de sus álbumes), quizás signo de victorias, no sólo en los campos de batalla medievales, sino también en los escenarios mas exigentes del rock sinfónico.
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