viernes, 23 de marzo de 2012

ROGER WATERS - THE WALL, 20 de Marzo de 2012, Buenos Aires, Argentina.


Treinta y dos años atrás, mientras asomaba tímidamente el último otoño en nuestras vidas de estudiantes secundarios, una rara melodía comenzaba a sonar en nuestras cabezas: “Another Brick in the Wall”, su título. Poco a poco y tal como cada mediodía al salir del colegio lo hacíamos, nuestros pasos nos llevaban presurosamente a las disquerías del barrio a descubrir esos raros tesoros nuevos, de donde surgían las notas que marcarían nuestras almas con melodías eternas en un pentagrama de vida que aún hoy sigue sonando. Esa curiosa melodía provenía de un disco cuya tapa estaba representaba por una pared de ladrillos blancos, sobre la cual se alcanzaba a leer un graffiti con el título “Pink Floyd – The Wall”. Para aquellos que ya habíamos abrevado en aguas pinkfloydianas con el siempre vigente “Dark Side of the Moon”, ver a través del mismo prisma el camino inverso de la descomposición de los colores, unificados en un gran muro blanco, coronado por pintarrajeadas letras negras que nos aseguraban la calidad de la creación, era este disco la esperanza del nacimiento de una nueva obra maestra de la siempre conflictiva banda inglesa.

Treinta y dos años después, uno de sus integrantes, Roger Waters, tal vez el mas creativo, aquel que fuera el creador insatisfecho, el genio incomprendido, el psicótico autodestructivo, puso proa a estas tierras por tercera vez logrando la cifra récord de nueve Estadios Monumentales con localidades absolutamente agotadas.

Quien escribe esta crónica fue bendecido con la posibilidad de estar presente en el último de ellos, el de mayor concurrencia, con toda seguridad el mejor de los nueve.
Un inolvidable 20 de marzo de 2012 los mismos pasos que alguna vez me llevaron tras esa rara melodía en el despuntar de mi último otoño adolescente, también me conducían hoy a presenciar uno de los espectáculos mas inolvidables de mi vida, un antes y un después en mi propia historia de recitales, un ARW (antes de Roger Waters) y un DRW (después de Roger Waters).

Al ingresar al estadio me recibe la gran pared blanca, el gran muro blanco, “The Wall” y una extraña posesión se apodera de mi alma generando la ansiedad y la ilusión de saberme testigo en pocas horas mas, de una de las obras conceptuales mas sublimes del rock. Esto no hace mas que acrecentar mi incredulidad ante el milagro musical que estoy a punto de presenciar.

El día había comenzado con un tiempo poco amistoso, lluvias matutinas, pronóstico de tormentas para toda la jornada y la duda inevitable sobre la realización de tamaño megarecital. Sin embargo, Dios que sabe de estas cosas, decidió regalarnos una noche propia de los mejores recitales al aire libre, inolvidable noche.

Cuando los relojes apenas marcaban las nueve y cuarto de la noche la silueta de Roger Waters se hace presente sobre el escenario, de espaldas al gran muro blanco, mientras comienzan a sonar los primeros acordes de “In The Flesh”, el tema que prologa esta gran creación testimonial. El sonido cuadrafónico instalado en el estadio nos abraza una y otra vez, tal y como si fuese un enorme Home Theater que nos sorprende a cada instante con sonidos que parecen jugar saltando de un oído al otro. De pronto, entre fuegos artificiales que estallan iluminando la noche de Nuñez, un cazabombardero alemán Stuka de la Segunda Guerra Mundial surca el cielo del estadio y superando apenas por escasos metros la parte superior del muro se estrella detrás del mismo, generando una parafernalia de explosiones incontenibles, que provocan el delirio del público.

Poco a poco se van sucediendo uno y cada uno de los temas que forman parte de esta perfecta composición químico - musical llamada “The Wall”, (fórmula perfecta de la música, que ya forma parte de mi tabla periódica de geniales creaciones musicales). Así van pasando “The Happiest Days Of Our Lives” prefacio de la esperada “Another Brick In The Wall” (Segunda Parte), la que será cantada por el estadio completo en un coro que sobre ese escenario debe haber sonado arrasador, por un momento sesenta mil almas vuelven a ponerse el uniforme escolar para descargar toda su ira a través de la conocida frase “Hey Teachers, Leave The Kids Alone!!!” (Cuántas veces deseamos gritar esta frase sobre aquellos docentes que lo único que generaban en nuestras conciencias era miedo, y no educación…).

Y llega “Mother” (al pensar sólo en este momento del show se me pone la piel de gallina), aparece Roger Waters portando su hermosa guitarra acústica, los primeros acordes comienzan a sonar y la sucesión de imágenes corre por nuestra mente, ahí vemos a nuestras propias madres, podemos imaginar cómo desde su inevitable afecto sobreprotector, uno y cada uno de los ladrillos de nuestro propio muro comenzaban a ser edificados.

“Goodbye Blue Sky” es uno de esos temas ante los cuales es inevitable sentir una mezcla de profunda emoción e ira incontenibles, la que muta en escalofríos al notar la espantosa aparición sobre “The Wall”, de interminables filas de aviones bombarderos que, con la misma furia descargada sobre Hiroshima y Nagasaki, lo hacen ahora dejando caer sus bombas representadas en símbolos de reconocidas empresas e íconos distintivos de distintas religiones. El público estalla en ovación.

Se suceden una tras otra las melodías de la primera parte de The Wall, así van pasando “Empty Spaces”, “Young Lust”, “One Of My Turns”, “Don’t Leave Me Now” y “Another Brick In The Wall” (Tercera Parte) las que finalmente desembocan en el tema que cerrará la primera parte del show, hecho este que ocurre con la incorporación del último ladrillo en la pared, el que antes de ser puesto, deja abierta una curiosa ventana por la cual Waters entonará “Goodbye Cruel World”. El muro está completo, terminado, cerrado del todo. Nuestro propio muro.

Finaliza la primera parte de un espectáculo sublime, sobre “The Wall” se proyectan imágenes de soldados y personalidades políticas muertos y asesinados en diferentes guerras y/o atentados terroristas. Una y cada una de las fotos es acompañada por una breve reseña donde se informan algunos datos de los caídos, especialmente los lugares de sus muertes.

Tras un breve intervalo comienza la segunda parte de lo que pasará a nuestra memoria como la mayor obra conceptual jamás vista sobre un escenario de rock. El “Hey You” que le da título al tema marca el inicio de esta nueva parte y ya podemos avizorar la llegada de lo mas imponente del show, poco a poco las notas van marcando el sendero que nos conducirá a la tan ansiada caída de “The Wall”.

De pronto asoma el rostro de Roger Waters que nos interroga a través de la conocida “Is There Anybody Out There?”. Inmediatamente, y sin que lo percibamos, se abre una puerta levadiza en “The Wall” y cual living de nuestras casas podemos ver al genio creativo de Pink Floyd sentado en un sillón entonando las estrofas de “Nobody Home”, lámpara de pie detrás de su longilínea figura, mesada con televisor encendido, y un tema que nos habla de la posesión de cosas materiales, única compañía en la soledad de su hogar donde no tiene nadie con quien hablar.

Llega uno de los momentos mas emotivos de “The Wall”, “Vera” da paso al terrible “Bring The Boys Back Home” y de pronto enormes graffitis muestran sobre el gran muro blanco la misma frase que le da nombre al tema, y en lo personal no puedo dejar de asociar este tema con el año 1982 y Malvinas, me resulta imposible no comenzar a ver el muro empañado por lágrimas que, como una pantalla comienzan a cubrir mis ojos.

El final de “Bring The Boys…” es el inicio de uno de los mas bellos temas de Pink Floyd: “Comfortably Numb” y el esperado solo de guitarra de David Gilmour, sobre la mismísima pared, que mas allá de sueños y esperanzas compartidas que jamás ocurrieron, es realizado por Dave Kilminster un excelente guitarrista que viene acompañando a Roger Waters desde hace ya un par de años.

Comienzan a desfilar los ya clásicos “The Show Must Go On”, la segunda version de “In The Flesh” y llega finalmente el tema que a todos nos hace saltar de nuestros asientos: “Run Like Hell” y por supuesto todos parados, puños cerrados y a gritar “Run…Run…Run…Run!!!”. Es en esta etapa cuando a partir del tema “Waiting For The Worms” comienza la transformación de Waters, el que con su impecable abrigo de cuero negro, el brazalete con los martillos cruzados, los estandartes sobre el fondo del escenario que nos recuerdan la simbología de perimidos regímenes totalitarios, el uso de un megáfono con el cual el supuesto dictador se dirige a la multitud, nos recuerda la locura del nazismo y del stalinismo, como así también los millones de víctimas que ellos provocaron.

Estamos cerca del final de esta impresionante Opera Rock, suenan “Stop”, “The Trial”, se produce el juicio con la aparición de la figura repugnante del juez que simula impartir justicia en un mundo absolutamente autoritario y esquizofrénico.

Con el último de los temas “Outside The Wall” se produce la caída del Muro, uno y cada uno de los ladrillos que fueron cuidadosamente colocados durante el desarrollo de la obra, caen estrepitosamente ante la mirada extasiada del público y el cierre con la ovación final.

Aparecen los músicos sobre el escenario, Roger Waters comienza a tocar la melodía final de “The Wall”, esa que cierra el disco y que según días atrás contara el erudito Marcelo Arce supo ser encargada por un regimiento inglés al mismísimo Richard Wagner y que luego fuera pasando del abuelo, al padre de Waters, y así finalmente quedara a través del genio de Pink Floyd inmortalizada en su obra cumbre.
Es el cierre, Roger Waters se despide, previa presentación de sus músicos, los que de a uno a uno se van marchando del escenario. No hay bises, no los habrá, todos lo sabemos, sin embargo, nos vamos del estadio con la sensación de haber sido testigos de una de las mas grandes obras del rock: THE WALL.

Capítulo aparte para los efectos de sonido, la iluminación, la escenografía, los muñecos sobre el escenario y el cerdo gigante sobrevolando el estadio, la pared…”The Wall”, la tecnología desplegada han sido realmente dignas de los mejores espectáculos del Primer Mundo, nada ha sido mezquinado en esta puesta en escena, la que me atrevo a decir, es la misma que se ha realizado en todas las grandes capitales del mundo. Bien por Waters ahí.

Otro dato no menor: “The Wall” es una de las tantas óperas rock que se han compuesto, la idea gira básicamente en torno a las propias vidas de Syd Barret (uno de los fundadores de Pink Floyd) y de Roger Waters. En el primer caso se trata de la alienación mental en la que cayera el músico fallecido en 2006 en Cambridge, Inglaterra, producto del consumo de drogas, y en el segundo caso refleja su propia experiencia de vida, con su padre muerto en el desembarco de Anzio, durante la Segunda Guerra Mundial cuando Roger Waters tenía apenas cuatro meses de edad, la crianza sobreprotectora que recibió de parte de su madre, sus años de psicoanálisis que de alguna manera le permitieron conocer esa “pared” que el mismo había decidido levantar en su propia vida, aislándose de todo aquello que lo molestaba y lo lastimaba.

Ha pasado “The Wall” por Buenos Aires, posiblemente nunca mas lo haga, tal vez ahora debamos nosotros mismos comenzar a derribar nuestros propios muros, nuestras propias “The Wall” para lograr ser felices en lo que nos reste por vivir. La tarea no es fácil, muchas lágrimas caerán en el camino, muchas serán las desilusiones que tendremos, la tristeza posiblemente sea nuestra compañera de ruta mas de una vez, pero el objetivo vale la pena, debemos comprender que estas paredes nos han aislado de la verdadera felicidad y nunca nos han protegido. Detrás del muro está la verdad. Es hora de comenzar a derribar “The Wall”.

En lo personal no puedo menos que reiterar una de mis frases preferidas: GRACIAS DIOS POR PINK FLOYD Y POR ROGER WATERS!!!

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