viernes, 30 de diciembre de 2022

 Y se fue otro año nomás...

«All Things Must Pass»




 Hace mucho tiempo atrás, más precisamente en los años de mi adolescencia gustaba de hacer un balance a fin de año de aquellos hechos o circunstancias que me habían generado felicidad, como así también de las vivencias negativas por las que me había tocado atravesar, léase pérdida de familiares, la mala salud de mi viejo, materias no aprobadas, la novia que te dejó, en fin, para mí era como tomar la balanza y ubicar en sus platillos lo positivo y lo negativo de ese año, y así, de ese modo, comenzar a bosquejar la hoja de ruta del nuevo año, incrementando los hechos felices, y aprendiendo a enfrentar las cosas malas que, de uno u otro modo, suelen ser inevitables.

Con el paso de los años, con la vorágine en la que la vida de adultos nos sumerge, dejé de realizar esta práctica, y finalmente me resignaba a pensar en cómo había terminado el año, lo que ya no constituía un balance, sino algo así como un breve documental, que se proyectaba en mi mente, en algún momento de los últimos días del año que terminaba.

Este año me nació la necesidad de volver a hacer ese balance, y creo, sospecho, que esa necesidad viene de la mano de, simbólicamente, decirle al 2022 que se vaya y que no vuelva. Para mí, en lo personal, no fue un buen año, perdí tres amigos, tres excelentes personas, demasiado ensañamiento de parte de Dios, o de lo que maneje los hilos de la humanidad. Dos Alejandros, y un Diego. Así, los defino, así los tengo presentes. Uno, un compañero de trabajo, ese petiso pelado que todos los viernes a la tarde se escabullía hasta mi escritorio para conversar de música, de álbumes, de modelos de guitarras, en fin...el otro Alejandro, mi profesor de guitarra, que pasó de docente a amigo, un tipo fenomenal al que le debo poder hoy sentarme a tocar tantas melodías que constituyeron y constituyen el soundtrack de mi propia vida, un amigo que tantas veces me hizo de psicólogo cuando la mano no venía muy bien en mi vida, ya fuera con el laburo, o con la maldita pandemia y el espantoso encierro al que nos vimos sometidos, y finalmente, cuando nadie se lo esperaba, se nos fue el gordo Diego, ese que tan afectuosa y gentilmente nos recibía en su campo de Goldney para compartir nuestros inolvidables asados mensuales, esos que ocurrían cada primer sábado de mes y que esperábamos con tantas ansias el resto de sus amigos para olvidarnos de toda lo malo que nos pudo haber estado aquejando en ese último mes.

No fue un buen año. Definitivamente, no lo fue. Si a esto le sumo mis dos episodios de salud, resultado de sucesivos ataques de pánico nacidos quizás en esa búsqueda frenética de respuestas a la pérdida de personas queridas, respuestas que nunca llegan, ni llegarán, el platillo de la balanza comienza a inclinarse hacia lo negativo, mucho más que hacia lo positivo.

George Harrison fue quien dijo que todas las cosas deben pasar, aquello de «All Things Must Pass», y verdaderamente ha de ser así, o mejor dicho, es así. Cuando parecía que todo se encaminaba a un fin de año insulso, totalmente olvidable, casi como para romper en mil pedazos el viejo almanaque, el viento comenzó a cambiar de dirección.

Así fue que me reencontré con un gran amigo de mis años de trabajo en La Ley, el querido Pablo López, con quien compartimos dos excelentes recitales como fueron los de Nito Mestre en el Opera, y David Lebón en el Luna Park, excusa para terminar recordando nuestros años en la empresa, volviendo una y otra vez sobre el disfrute de haber visto a dos grandes del rock nacional transitando sus repertorios con un profesionalismo indiscutible.

Y si de reencuentros se trata, no puedo dejar de mencionar al querido Sergio Swierdlow Sus, compañero de secundaria, beatlemaníaco como quien escribe, con quien compartimos un inédito documental sobre la visita de The Beatles a la India, en su retiro espiritual en Rishikesh, todo esto acompañado de sabrosa comida hindú.

Del mismo modo, viví este año tres inolvidables momentos junto a mi primo Guillermo, mi hermano el Negro Fernández, y la querida Dahiana, en el Estadio Obras siendo testigos por enésima vez? de los queridos Die Toten Hosen, la mejor banda alemana de todos los tiempos. Y, como si esto fuera poco, después vino Coldplay y Liam Gallagher, emociones compartidas junto a la genia de mi prima Florencia, y a mi gran amiga Verónica. Coldplay...ufffff...ya lo dije y lo seguiré diciendo hasta el cansancio: de lo mejor que he visto en materia de recitales desde aquella lejana noche de 1981 cuando fuí testigo de la venida de Queen a nuestro país, al presente. Top five para Coldplay, sin dudas.

De a poco, el platillo de lo positivo comenzó a equilibrar la balanza, y como dijeran mis cuatro amigos de Liverpool, esto siempre ocurre «With a Little Help of my Friends», y vaya si es cierto, porque cuando tras la partida de mi profesor de guitarra, abandoné todo, guardé las guitarras en el ropero, y desistí de seguir tocando, apareció Mariano, de la mano de la querida Vero, que, insistiéndome una y otra vez para que yo volviera a hacer una de las cosas que más me gustan, como dedicarme a la música, generó el puente para que, una vez más, yo decidiera volver a tomar clases, perfeccionar mi técnica, y disfrutar de ese momento en que con la guitarra en mis manos comienzo a desandar el camino de aquellas viejas melodías que devuelven la sonrisa a mi rostro, y despiertan en mí, las ganas de volver a tocar, esta vez a través de las enseñanzas de un grande como Mariano Romano, guitarrista de la excelente banda The End, banda tributo a Pink Floyd.

Tal vez, y sólo tal vez, esté dando un paso pequeño, pero paso al fin, que me acerque al sueño de poder tocar con el mismo estilo de mi ídolo David Gilmour, y por ahí, quién te dice, concretar el sueño que no pudo ser de tocar en vivo como habíamos planeado con el recordado Alejandro.

Finalmente, y cerrando un año que, preferiré olvidar, dos hermosas personas me acompañaron en Nochebuena, y permitieron que la Navidad no me convirtiera nuevamente en el Grinch en el que me convierto cada año cuando llega diciembre, ellas fueron mi querida prima Florencia, y la genia y gran compañera y amiga que es Dahiana Cano, con quienes, guitarra mediante, terminamos cantando hasta entrada la madrugada, mal que le pese a los vecinos, transitando por gran parte del repertorio aprendido durante estos últimos años.

Dijo el recordado Gustavo Cerati: «En los peores momentos de mi vida, la música ha sido lo que me produjo mayores satisfacciones. En los momentos más torturados, la música me salvó». Puedo dar fe que es así. En el año que termina la balanza se equilibró, a último momento, gracias a la música, y a las mágicas personas que la vida puso en mi camino y que, cuando parecía que nada iba a hacer cambiar la dirección del viento, ellas lo consiguieron.

A esas personas, a las que ayudan sin hesitar, a las que te tienden la mano cuando estás cayendo, a las que aparecen cuando menos te lo esperas, a las que saben escuchar, a las que no te faltan el respeto porque se enriquecen en tu disenso, a las que te acompañan en el camino de la vida, sin ningún interés personal, les digo GRACIAS TOTALES, y brindo por un 2023 que sea mucho mejor para todos y todas, especialmente para las familias de los seres queridos que se fueron este año, y para todos aquellos que sueñan, que aún no bajan los brazos y que siguen luchando por cumplir esos sueños truncos, sabiendo que con empeño, con ganas, en algún momento se verán concretados. 


FELIZ 2023 PARA TODOS Y TODAS!!!