sábado, 3 de diciembre de 2011


Lo que alguna vez empezó en Liverpool, un día terminó en Londres. Era el año 1970 cuando la noticia daba la vuelta al mundo: Los Fab Four decían “this is the end”. Los Beatles tocaban a su fin y lo que ayer comenzaba como un maravilloso sueño, hoy trocaba en pesadilla, para ellos mismos. Las sesiones de grabación se tornaban tediosamente insoportables, las discusiones entre Paul y John parecían insalvables, la suerte ya estaba echada.

Pasaron los años, su música siguió vigente y el anhelo de volver a verlos juntos otra vez, era una esperanza que anidaba en cada rincón del alma, hasta que una noche de diciembre de 1980, frente al edificio Dakota, en Nueva York, un demente en apenas unos minutos, puso punto final al gran sueño: era asesinado John Lennon.

Años después la enfermedad y muerte de George Harrison no hacía mas que consolidar el irremediable final de la que fuese la banda bisagra en la historia del rock.

Muchos años después, tímidamente, se lanzaban algunos intrépidos a realizar covers de sus temas, dando nacimientos a bandas con nombres que casi siempre abrevaban en la cultura beat. Así nacían en Inglaterra “The Bootleg Beatles”, o en nuestro país los “Danger Four” o “Los Beats”.

Así también nacieron “The Shouts”, una banda que pude descubrir inicialmente a través de un especial del canal de cable “Volver” y que ayer presencié en vivo en nuestra “The Cavern”.

Verlos sobre el escenario es casi como volver a descubrir aquella misma frescura e inocencia que supieron tener los verdaderos Beatles en sus orígenes. Si bien este espectáculo se inicia en las postrimerías de la banda inglesa y termina en los años de la locura beatlemaníaca, recorriendo el camino a la inversa, la forma en que desarrollan los temas, la ejecución de los mismos modelos de instrumentos que alguna vez sonaron en manos de los Fab Four (me parecía increíble ver a Ignacio Criscuolo, Paul McCartney, ejecutando el mismo bajo Hofner, que uno recuerda en manos del gran Paul), la recreación de trajes, camisas y estilos que fueron alguna vez la marca distintiva de John, Paul, George y Ringo, es casi, me atrevo a decir, un viaje en el tiempo y un sello de verdadero profesionalismo.

El esmero y el cuidado que han tenido en la recreación de las voces, de los movimientos de pies y cabeza (bien por Ringo, o Adrián Olivieri), hasta de las mismas muecas al sonreír de cada uno de los verdaderos Beatles, demuestra el concienzudo trabajo que han encarado estos cuatro muchachos, apuntando no sólo a mantener viva la llama de los Fab Four, sino también el profundo respeto que hacia su audiencia se han propuesto tener, evitando caer en clonaciones absolutamente olvidables y absurdas.

El setlist que esta vez eligieron osciló entre los clásicos de la primera época, los recordados temas del final de su historia, y un particular y simpático duelo entre los temas de George Harrison (Bernardo Rapallini) y John Lennon (Fernando Lotito).
Capítulo aparte para el telonero Jan Owen, un alegre y curioso personaje venido desde EE.UU. que recrea canciones de los muchachos de Liverpool, como de otros autores, con un estilo muy parecido al del genial Jack Black, cuya buena onda se pudo percibir en cada mesa a la que se acercaba a conversar con el público.

Nos quedamos con ganas de mas, creo que el show debería haber sido un poco mas largo, pero recordando aquel viejo dicho de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”, pues bien, que así sea, y que la próxima podamos decir “lo bueno, si breve, dos Gran Rex con localidades agotadas”.

Vayan por mas!!! Let it be The Shouts….!!!

domingo, 27 de noviembre de 2011

RICK WAKEMAN - Buenos Aires, Teatro Gran Rex, 27 de Noviembre de 2011


No resulta nada nuevo afirmar que la calidad desplegada por Rick Wakeman, el otrora rubio pelilargo tecladista de Yes, al frente de sus teclados es realmente insuperable. Claro, uno recuerda que siempre esta muestra de virtuosismo fue acompañada por los mas modernos sintetizadores y eso, por cierto, es una ayuda contundente a la hora de un recital de estas características. Pero hoy la sorpresa ha sido mayúscula al descubrir que el señor Rick Wakeman se disponía a ejecutar sus obras en la mas absoluta soledad de sintetizadores, haciéndolo simplemente al frente de un maravilloso piano de cola Steinway & Sons…casi nada!

No resulta nada nuevo afirmar que cuando se fusionan la música clásica, en este caso ejecutada por la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires con la dirección del Maestro Guy Protheroe, y el rock de un fenómeno como Rick Wakeman, el resultado es una maravillosa lección de rock sinfónico, deleite absoluto para los oídos y las emociones.

Con una puntualidad casi inglesa se produjo el inicio de lo que durante casi dos horas completas sería una magistral clase de piano. El desfile de temas se inició con diferentes partes de la antológica “Viaje al Centro de la Tierra”, pasando por un clásico como “Catherine Parr” del recordado álbum “Las seis esposas de Enrique VIII”, rescatando del olvido uno de los temas del álbum “White Rock” y ejecutando una de las tantas maravillas del excelente “Los mitos y leyendas del Rey Arturo…”, en un devenir de los ya conocidos temas de larga duración (esos que solían ser dos o tres temas solamente por cada lado del disco).

Si para muestra basta un botón, el sólo hecho de haber tenido que ejecutar cuatro interminables bises, solicitados por un público de los mas heterogéneo, donde la alternancia entre jóvenes y adultos, padres e hijos, era la nota de la preservación en el tiempo de un autor que ya se encuentra en la galería de los grandes, y del que casi me atrevería a decir, que ya no sólo de los grandes del rock, sino también de la música clásica.

Decir que Rick Wakeman es uno de los mejores, sino el mejor, tecladista de todas las bandas de rock sinfónico y no sinfónico conocidas, no es nada nuevo. Creo que no existe un músico dentro de este mismo ámbito que pueda superar la calidad del viejo tecladista de Yes.

El dato emotivo de la noche, que nunca puede faltar, estuvo dado por el mismísimo Wakeman, cuando en un muy entendible inglés nos explicó que ningún músico ha podido escapar de las influencias de una gran banda como han sido Los Beatles, por lo cual nos dedicó dos arreglos sinfónicos de “Help” y de “Eleanor Rigby”, los cuales debo reconocerlo, nos conmovieron hasta las lágrimas.

Capítulo aparte para la Orquesta Sinfónica de Buenos Aires y para las voces de su coro, que no serán las del Teatro Colón, pero emocionan de igual manera, y si de teatros hablamos creo que Rick Wakeman bien se merecería un primer coliseo.

Terminado el último de los bises nos despedimos de aquel místico tecladista que en los años de nuestra adolescencia asociábamos inevitablemente a leyendas del Rey Arturo y al que no podíamos evitar recordar siempre como una suerte de mago Merlín vestido con sus atuendos medievales, guarecido tras una muralla de teclados y sintetizadores, que a la par de los otros caballeros de la mesa redonda, como eran Chris Squire, Stewe Howe, Alan White y Jon Anderson, formaban parte de la recordada banda inglesa de rock sinfónico, la mejor tal vez, como fue YES.

Mientras me encaminaba a mi casa, no podía evitar soñar con que tal vez, en algún momento, nos puedan sorprender con una nueva re-unión y seamos testigos una vez mas de la excelencia que genera la fusión de la música clásica con el rock, en la hoy ya reconocida obra de la gran banda inglesa.

Se me ocurre cerrar esta nueva nota con el recuerdo de aquella imagen que siempre me representó la obra de Rick Wakeman, la espada del Rey Arturo, Excalibur (tapa de uno de sus álbumes), quizás signo de victorias, no sólo en los campos de batalla medievales, sino también en los escenarios mas exigentes del rock sinfónico.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Those Were The Days Of Our Lives


Esta es la crónica de un recital, no de un recital reciente, esta es la crónica de un recital ocurrido hace apenas 30 años…y un homenaje.
Con tan sólo diecisiete años veía acercarse el final de un nuevo año, no era cualquier final, esta vez tocaba a su fin mi quinto año de secundaria, y con ello se producía el cierre de otro ciclo de mi vida, acompañado de la expectativa de un futuro que esperaba ser escrito. No era tan sólo el epílogo de una etapa, era también el inicio de la despedida de mi adolescencia, el adiós a aquellos amigos con los que había compartido una de los mejores períodos de la vida, era también el miedo a la cercana adultez, al tener que adoptar responsabilidades que me eran ignotas.

Nuestro país no atravesaba en aquellos años épocas felices, el miedo, la desaparición, la tortura y el “por algo será” se habían apoderado de nuestras almas, y todavía nos faltaba Malvinas…un sello indeleble en la memoria de muchos, en mi propia memoria. El rock era un tesoro preciado del que sólo podíamos gozar en algunas radios de frecuencia modulada, o tal vez, desarrollando interesantes trabajos de exploración, en disquerías de albañal, que de alguna forma se las ingeniaban para tener a la venta los discos de muchas de las bandas cuya música escuchábamos recluídos en la soledad de nuestros cuartos, discos que eran adquiridos a través de algún artilugio del fraude que nos permitía obtener dinerillos de nuestros padres, los que en lugar de ser destinados a alfajores u otras golosinas, eran destinados al bolsillo del dueño de la disquería, luego de obtener nuestro preciado tesoro: ese disco que tantos mediodías mirábamos extasiados a la salida del colegio. Así comenzaba nuestra nueva galería de amigos, muchos de nombres extraños: Led Zeppelin, Yes, Supertramp, Rolling Stones, The Beatles, The Who, Queen…Queen…We will rock you!!!

Entre todo este material existía una publicación, una revista, la que leíamos devorando cada página con mucho mas interés que lo que no hacíamos con el libro de literatura o de historia: la revista Pelo. Fue en ella donde una tarde leí la gran noticia, venía por primera vez a nuestro país una megabanda de rock, su nombre: QUEEN.

Inmediatamente comenzamos junto a mis amigos a pergeñar toda la logística, necesaria en ese momento, para estar presentes en lo que iba a ser, y realmente lo fue, el primer gran recital de una verdadera banda de rock en Argentina. El gran desafío era cómo convencer a nuestros padres, no sólo de que nos dejaran ir, sino que además nos dieran el dinero para las entradas. Los casos fueron distintos en cada hogar, en el mío sigue siendo simpático el recuerdo: mi padre era fanático de la ópera, en especial de la ópera italiana, por ende, supuse, y supuse bien, que si escuchaba “Rapsodia Bohemia”, en especial el coro operístico, lograría mi ansiado objetivo. No sólo logré obtener el dinero para la entrada, sino que además conseguí que viera el recital completo por televisión, y al otro día me hiciera comentarios elogiosos sobre la gran banda inglesa, un recuerdo que aún hoy me sigue dibujando una sonrisa en el rostro.

Aún tengo presente el día que fuimos a sacar las entradas junto a mi amigo Marcelo, compinche de adolescencia y de aquellos primeros acordes de guitarra con los que alguna vez soñamos estar también sobre un escenario.

Una fila enorme partía de la entrada principal del estadio de Vélez y ahí nos pusimos, sentados en el piso, con nuestros jeans gastados, nuestras zapatillas All Star (chicos, no descubrieron nada nuevo eh…), nuestras remeras Hering y todo el pelo del mundo sobre nuestras cabezas.

La llegada de Queen a nuestro país no fue lo apoteótica que uno hubiese deseado que fuese, pero claro, no eran épocas para alegres manifestaciones multitudinarias, de modo que su llegada, si bien sensacional, no tuvo ese condimento de devoción que muchos hubiésemos querido regalarles, como sí ocurrió años después con otras bandas que nos visitaron.

Finalmente llegó el día del ansiado recital. Salimos de casa embarcados todos en un viejo colectivo de la línea 77, que ya no existe, con destino Liniers, Estadio de Vélez. Al bajar del viejo bus, comenzamos la caminata en procesión hasta nuestro correspondiente ingreso, llegaron los controles que en aquella época no eran de “Cupones Ticketek” sino de palpación de armas, ingresamos al estadio ocupando nuestros lugares mientras contemplábamos extasiados el escenario sobre el cual en apenas un par de horas aparecería Freddy Mercury junto a John Deacon, Roger Taylor y Brian May.

De pronto comenzó un tímido aplauso a expandirse por todo el estadio, el coro con aquél viejo conocido cantito de Woodstock se hizo uno sólo en todo Liniers, en minutos se apagaron las luces, comenzó a aparecer el humo, las parrillas gigantes de luces comenzaron a desplegar sus brazos como despertando de un largo letargo, y el primer acorde de esa reconocible guitarra de Brian May prologó la aparición de Queen sobre el escenario, ante lo cual el estadio estalló en una ovación que creo nadie se esperaba.

“We will rock you”, “Tie your mother down”, “Brighton Rock”, “Let me entertain you”, “I´m in love with my car”, “Save you”, “Bohemian Rhapsody”, entre tantos otros, alternaban el desfile de gloriosas creaciones de la Reina en el Plata.
Aún guardo en mi memoria momentos inolvidables de cada tema: escuchar a todo un estadio coreando el “We will rock you” y ver una marea humana con sus brazos en alto aplaudiendo y siguiendo al unísono el estribillo del tema era un espectáculo único.
Ser testigo de un sólo momento, uno sólo, ese que marcaba el final del coro operístico de Rapsodia Bohemia con el inmediato estruendo de todo el escenario, saliendo humo de todos lados, y apareciendo la figura inconfundible del gran Freddy Mercury entonando la parte mas hard del tema, aún hoy me sigue poniendo la piel de gallina el sólo recordarlo. “Love of my Life”…mil veces lo dije, mil veces mas lo diré, fue el gran momento emotivo de toda la noche…o de los últimos 30 años? God only knows…No sé si exista forma de describir en palabras la emoción de todo un estadio, de toda una banda, de Freddy Mercury al descubrir que en un país perdido del cono sur planetario, hispanoparlante, todos, absolutamente todos cantaron en forma completa esta hermosa canción, sin desconocer una sola estrofa, imagen semejante sólo pude verla con Paul McCartney hace un año en River con su ya clásico “Yesterday”.
El aplauso emocionado de Freddy al final del tema lo dice todo (les sugiero lo busquen y lo vean en Youtube).

Promediando el recital van desfilando todos sus temas clásicos, hasta que vuelve a sonar nuevamente (en versión mucho mas hard) “We will rock you”, y todos sabemos que se acerca el final.

Capítulo especial para Freddy: qué puedo escribir que ya no se haya dicho sobre su inconfundible personalidad, sobre su entrega en los escenarios inmerso en aquel recordado traje de arlequín, sobre su reconocible tono de voz, sobre su “Barcelona” junto a Monserrat Caballé, en fin, sobre una figura asociada de manera indisoluble al nombre Queen.

Llegan “We are the Champions” y el consabido cierre con “God save the Queen”. Con el último sonido, con los últimos acordes, se acercan al borde del escenario Freddy Mercury, Brian May, John Deacon y Roger Taylor, su saludo será el último de esta formación de Queen a la Argentina. Diez años después, una terrible enfermedad se cobraría la vida del gran Freddy, una voz insustituible, irremplazable, única. Esto provocaría un golpe irreversible en sus miembros, los cuales de diferentes maneras tratarían de sobrellevar el duelo por la pérdida de su gran amigo. John Deacon abandonó definitivamente la banda, ni siquiera quiso formar parte de la gira junto a Paul Rodgers hace apenas dos o tres años atrás, Roger Taylor se recluyó en su propio aislamiento hasta volver a la batería de Queen, justamente en esta última gira mencionada, y Brian May terminó su doctorado en Astrofísica en el Imperial College, acompañado siempre de su música. No tengo dudas en afirmar que si hoy todavía siguiera existiendo Queen, la banda inglesa llenaría diez Monumentales como si nada.

Han pasado ya treinta años de aquel gran recital, veinte de la muerte de Freddy Mercury, y hoy todavía siguen sonando sus temas en las radios, se siguen vendiendo sus discos, se sigue hablando de ellos, siguen siendo notas de revistas y de periódicos, siguen alegrando nuestras vidas, nuestros días, esos fueron los días de nuestras vidas…those were the days of our lives…

martes, 8 de noviembre de 2011

With a little Help from my Friends!!!


Miro la hoja en blanco y pienso que debo tratar de reflejar con la mayor objetividad posible el recital que acabo de presenciar...y sé que no puedo.

Miro la hoja en blanco pensando en cómo puedo hacer para destacar lo bueno, de todo lo que he visto y escuchado, y del mismo modo señalar lo malo, aquello que debiera ser olvidado…y sé que no puedo.

Siento que una vez mas, al igual que me ocurrió hace casi exactamente un año atrás, regreso de una gira mágica y misteriosa, de mi propia gira mágica y misteriosa.

Siento que he vuelto a subir a la máquina del tiempo y he regresado a aquellos días en los que un disco de ellos, mi primer disco, me señalara el camino.

Siento que otra vez las ausencias se convierten en presencias y los recuerdos borrosos vuelven a tener vida una vez mas.

Estoy en el Luna Park, esta vez por Ringo Starr, estoy por el baterista que alguna vez el recordado John Lennon conociera en Hamburgo allá a principios de los sesenta y decidiera que ese, justamente ese, iba a ser el cuarto integrante de Los Beatles.

Del mismo modo en que lo describiera con respecto al recital de Paul McCartney, vuelvo a ver padres junto a sus hijos, vuelvo a ver señoras que con toda seguridad hace muchos años atrás eran niñas que gritaban desesperadas ante la sola imagen de los Fab Four, soñando con que alguna vez el destino les permitiera ser testigos de algún recital de los cuatro pelilargos.

Veo, me veo, junto a señores que peinan canas, vistiendo orgullosos sus remeras con leyendas que dicen “The Beatles”, “Ringo Starr”, “Sgt Pepper’s Lonely Hearts Club Band”, y quien sabe cuantas referencias beatlemaníacas mas, que nos remontan a aquellos maravillosos años sesenta.

Pienso que en pocos minutos mas volveré a estar en presencia de uno de Los Beatles, y ese sentimiento puedo asegurarles que no es poca cosa…

El público se inquieta y comienzan los cantos, y ese típico canto nuestro nacido en el futbol, será la mejor manera de expresarle todo nuestro agradecimiento al portador del anillo de Kaili:

Ole…Ole…Ole…Oleeeeeee…Ringooooo….Ringoooooo….!!!


Este canto, este estribillo se convierte en una constante de toda la noche, al punto que el mismísimo Ringo por respeto a sus propia banda pide en mas de una oportunidad que le brindemos nuestro reconocimiento a los otros músicos, sus músicos. Tal vez lo que Ringo no pueda comprender es que los argentinos esperamos mas de cuarenta años por la noche de hoy, y hoy nuestro Luna Park es el Shea Stadium, no tengo dudas.

La aparición de la banda en escena es recibida con una ovación que se multiplica cuando el último en aparecer es Ringo Starr…tiembla el estadio, ovación gigante para el simpático baterista del cuarteto de Liverpool.

Comienza la sucesión de temas, cada uno de los integrantes de la All Star Band presenta temas propios, y curiosamente uno va identificando las melodías en aquellas que mas de una vez escuchamos en tardes de FM y cuyos autores nos parecían absolutos desconocidos. Sin embargo, Ringo se encarga de hacernos cantar y bailar a todos, incluso a los mas veteranos, claro está, cuando suenan los temas del cuarteto de Liverpool, el estadio estalla en ovación, qué decir de “Photograph”, o de “Yellow Submarine”, o de “Act Naturally”, o de “I Wanna Be Your Man”, “With a little Help from my Friends”…todos cantamos, saltamos, deliramos, no importa el calor que hace en el estadio, nace el pogo per se, pogo de mayores y de menores, y estamos todos felices, estamos todos en una película de Richard Lester junto a ellos, junto a Paul, John, George y Ringo. Entre tema y tema, surge el recuerdo de George Harrison y todo el estadio aclama su nombre: George…George…George…!!!, grito al que responde Ringo de pie detrás de su eterna Ludwig golpeando los palillos en señal de aprobación y reconocimiento hacia su gran amigo.

Capítulo aparte para “Yellow Submarine”, “I Wanna Be Your Man” y “With a Little Help from my Friends”, donde el mismísimo Ringo en un clarísimo inglés nos dice que no es posible desconocer estas letras, que aquel que no las conozca es porque estuvo en otro lugar, y mi querido Ringo, creo que acá nadie estuvo en otro lugar, porque todos cantamos las letras de memoria y saltamos como adolescentes ante los primeros acordes.

De los músicos de Ringo, es justo destacar a Edgar Winter, hermano del gran Johnny Winter, que nos regala un espectáculo aparte. El mismo se invoca como creador de los teclados portátiles colgados al cuello y nos deslumbra con una clase magistral de ductilidad instrumental que apabulla, aunque debo confesar que, con toda seguridad, Rick Wakeman podría ganarle un duelo de teclados, es mas, existe un curioso parecido físico entre el músico norteamericano y el eximio tecladista inglés.

Cuanto todo toca a su fin, lo hace con el clásico “With a Little Help from my Friends”, entonado por todos, reverenciado por todos, uno y cada uno levanta sus brazos mostrando la “V” de la victoria con los dedos de ambas manos, símbolo que en esta ocasión representa lo que el mismo rock en esencia simboliza: Amor y Paz. Todo termina con “Give Peace a Chance”, Ringo deja el escenario, sus músicos saludan, y nosotros nos quedamos cantando un largo rato el recordado tema de John Lennon.

Salgo del estadio, otra vez en larga procesión de fervientes feligreses liverpoolianos, termino una vez mas mi gira mágica y misteriosa, pienso que las edades de Paul y Ringo no ayudan para que los tengamos de nuevo por estas tierras, pienso que tal vez esta haya sido la única y la última vez que los veamos, pero inmediatamente nace el consuelo, aquel que hace presente en mi mente el recuerdo de un niño que tocaba una guitarra imaginaria a la par del sonido de las canciones de los cuatro grandes, mas grandes de Liverpool, un niño que jamás pensó estar parado frente a ellos viéndolos ejecutar esos mismos temas, y con los ojos llenos de lágrimas contenidas, desde ese lugar donde se guardan los sentimientos mas amados, los sentimientos mas fuertes, aquellos que nos convierten en seres espirituales, surge un GRACIAS RINGO, GRACIAS BEATLES!!!