sábado, 1 de octubre de 2022

STEH AUF, WENN DU AM BODEN BIST...




Muchas veces he pensado que el destino, ese compañero implacable que se niega a ser alterado, y menos aún modificado, tarea ímproba si la hay para quienes lo consiguen, me ha jugado varias malas pasadas, o tal vez, uno de sus placeres sea el disfrute de torcer mi voluntad, mis deseos y mis sueños. A veces creo que lo sorprendo dormido, y es ahí cuando consigo objetivos que, seguramente, no le han de resultar nada gratificantes al despertar. Será el destino hermano de la suerte, o tal vez sean viejos compañeros de ruta que se confabulan en muchas oportunidades para cambiarnos las señales que nos indican el camino correcto, provocando confusión en nuestro rumbo, y una colisión inevitable en el futuro.

Cuando niño crecí creyendo en verdades irrefutables, las mismas que adoptaría para mi propia vida. La armonía que reinaba en mi hogar me llevó siempre a pensar, o quizás, a dar por sentado que no iba a ser difícil replicar lo mismo en mi propia vida y en un futuro que, por aquél entonces, se me presentaba muy lejano. El formar una familia, encontrar al amor de tu vida, tener hijos y verlos crecer volcando en ellos las mismas enseñanzas que mis padres depositaron sobre mí, no parecía ser una tarea tan difícil, pero lo fue. El destino una vez más, o la suerte, se pusieron de acuerdo para lograr su vil objetivo de cambiarme las señales del camino, y evitar que yo llegara a cumplir uno de mis tantos sueños anhelados.

No resulta extraño afirmar que también disfrutaron de cambiar las señales y evitar que mi vida transitara por la música, o por el campo, alterando los carteles indicadores y señalando las leyes y el derecho como estación terminal.

Estos viejos cómplices que gustan de embarrarnos la cancha, como suele decirse, a todos nosotros, algunos más, otros menos, parecería que también decidieron que yo no podía, o quizás no debía, subir a un escenario para darme el gusto de ser músico por una noche, una sola y única noche. Hoy cuando veo con total alegría como dos de mis hermanos en la vida, uno que ayer fuera compañero mío de colimba, se sube a un escenario, tiene su banda de rock, y toca su guitarra Telecaster, del mismo modo en que lo veo a mi otro hermano tocar su bajo de luthier junto a la banda de la que forma parte, disfrutando merecidamente ambos de ver hechos realidad sus sueños, me lleno de alegría, y les deseo profundamente todo el éxito que se merecen por ser las personas que son. Y es ahí cuando al verlos, siento el susurro en mis oídos de la eterna dupla acosadora que parece haber compuesto su propia canción cuyo título retumba en mis oídos, una y mil veces: «This is not for you...».

«This is not for you» como tantas cosas más en mi vida, que de alguna manera me fueron negadas, o quitadas. Aun así me sé un privilegiado, sin derecho a quejarme, o tal vez sí a reclamarle al destino o a la suerte que no me cambien más las señales de la vida, ya tuve bastante, y en ese bastante perdí muchas personas que amé, que respeté y que quise como lo hacen los seres humanos más humanos.

No se pierden afectos únicamente por el fin de la vida, también se pierden con la distancia, con el silencio, con el dar por sentado que el otro está bien, cuando en realidad no lo está. La vida, la amistad, el afecto, el amor de una pareja, no son tarjetas que uno marca como el presentismo en un trabajo, han de ser y deben ser necesidades que nazcan sin hesitar, inmediatas, sentidas.

Sigo escribiendo porque me sale mejor que decirlo verbalmente, y tal vez porque me ayuda a seguir sanando heridas que dejaron cicatrices en el alma, algunas de las cuales suelen ser más difíciles de olvidar.

«Steh auf, wenn du am Boden bist», es una frase que le da título a una canción de la banda alemana «Die toten Hosen», lo que significa «Levántate cuando te encuentres por el suelo». En eso estamos.

 


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