domingo, 25 de julio de 2021

 

SEGUIR VIVIENDO SIN TU AMOR...




Lo primero que voy a decir sobre este capítulo es que los nombres han sido cambiados por decisión del autor, preservando, en la medida de mis posibilidades, la privacidad de las mencionadas. De todos modos, algunas, cuando lo lean, con seguridad se reconocerán en la narración.

Para ello, opté, simpáticamente, por reemplazarlos por nombres antiguos de mujer, respetando siempre la misma primer letra del nombre, o sea, siempre habrán de coincidir la primer letra del nombre real con el nombre antiguo.

Amé. Amé como se debe amar, con respeto, con afecto, con ese brillo en los ojos que ilumina la noche cuando la ves a ella, ahí, esperándote, para abrazarla y darle ese beso que jamás olvidarás.

Tuve varias novias, no la cantidad que me otorgarían el título de «gigoló», tuve las suficientes, ni pocas, ni muchas, suficientes.

Alguna vez escuché decir que cuando se le pregunta a un hombre con cuantas mujeres estuvo, el hombre suele responder un número normalmente falso, o sea, si dice 20, en realidad fueron 10, en cambio las mujeres ante la misma pregunta suelen responder que han estado con un número menor de hombres, de los que en realidad han estado, o sea, si dicen 5, han sido 10, verdad o mentira, vaya uno a saber, en lo que a mí respecta les voy a contar estrictamente la pura verdad.

Siempre sentí que cada novia que pasó por mi vida y que realmente amé, sus nombres quedaron grabados por siempre en una parte de mi corazón.

Desde adolescente siempre renegábamos con mis amigos porque no conseguíamos chicas, organizábamos una fiesta de cumpleaños y para que vinieran un par de ellas, teníamos poco menos que poner un aviso en el diario. Mala suerte, timidez, nerds, un poco de todo, hasta que un día allá por 1981, con mis escasos 18 años recién cumplidos, tuve que someterme a una intervención quirúrgica menor, algo sin importancia, pero que no me permitió salir de casa por unos días. En aquél entonces, junto a mi amigo Marcelo habíamos asistido a una clásica fiesta de 15 años de la hermana de un ex compañero de escuela primaria, donde conocimos a Calista y Saturnina (no voy a dar apellidos por razones obvias). Con Saturnina pegamos onda de entrada, pero el pibe era tan nerd que no sabía cómo sacarle un beso a la susodicha, de modo que las salidas se sucedían como si fuésemos hermano y hermana, o sea, sin tocarnos ni el meñique.

Pues bien, volvamos al post operatorio: una tarde me llama Marcelo y me dice que va a venir a visitarme con Saturnina y una amiga, que no era Calista, bueno, si ustedes creen que Cupido no existe, yo les digo que sí. Aquella tarde de invierno, sonó el timbre en casa, mi madre se dirigió a abrir la puerta sabiendo que era mi amigo con las chicas, y mientras yo corría a la puerta a recibirlos, inesperadamente se cruzaron nuestras miradas con Clorinda, la amiga de Saturnina, y fue flechazo sin retorno.

Con Clorinda supe lo que era estar enamorado. Comenzamos a salir, y sin dejar pasar mucho tiempo, una tarde sentados en un banco de las Barrancas de Belgrano, le robé el primer beso, que además fue el primer beso de mi vida, ese que uno jamás olvidará.

El noviazgo con Clorinda no duró mucho, apenas un mes y medio, quizás éramos todavía muy chicos para pensar en amores eternos, y tal vez, duró lo necesario para que ambos supiésemos lo que era amar.

Su rostro, su perfume, su mirada, me acompañó por un tiempo largo, incluso hasta en los primeros días de la colimba, de hecho no podía dejar de pensar en ella, aún sabiendo que ya lo nuestro había terminado y no tenía vuelta atrás.

Y tal como lo dije, vino la colimba, y con ella mi segundo noviazgo: Máxima.

A ella la conocí una noche de las pocas que logré salir de franco del cuartel, en «Saint Thomas», una discoteca que quedaba cerca de casa, y a la que nunca conseguíamos entrar, siempre nos rebotaban por el famoso derecho de admisión, pero aquella noche de octubre de 1982 tuvimos suerte, y logramos entrar.

Claro, como todas las noches, nuestros levantes era nulos de nulidad absoluta, lo que dábamos en llamar «rebotes» estaban a la orden del día, o de la noche mejor dicho, hasta que cuando el reloj indicaba casi las cuatro de la mañana, y con más ganas de irme, que de quedarme, levanto la vista y la veo a ella, a Máxima, me le acerco, la invito a bailar, ella acepta, y tras conversar los reiterados temas de siempre, me da su teléfono y quedamos en llamarnos y vernos.

Y así fue que comenzamos a salir, y una noche, cuál príncipe azul, formalicé mi romance con ella, como se hacía antaño, en el zaguán de su casa.

Recuerdo que salimos varios meses, en los que, no sé porqué, supongo que sería porque me gustaban esos boliches, terminábamos siempre en «Ponciano», «Mathokos», o «Club 77», las discotecas que estaban enfrente de River Plate.

Mi noviazgo con Máxima fue complicado, el servicio militar no me permitía verla muy seguido, y las veces que podíamos salir el cansancio me vencía y en lo único que pensaba era en meterme en mi cama y dormir.

Cuando la colimba venía tocando a su fin, y los francos eran mucho más frecuentes, algo así como un 24x48 horas, lo que significaba un día de guardia, por dos de franco, la tentación de salir a divertirnos con los compañeros del servicio militar a lugares muchas veces «non sanctos», me pudo más que el noviazgo con Máxima, de modo que comenzaron las excusas tontas, las torpes mentiras, la complicidad de mi pobre madre cubriendo los deslices de su hijo, y como era de prever, la relación tocó a su fin. Nunca pude pedirle perdón a Máxima por eso, y debo reconocer que fuí muy cobarde y tonto, al no hacerlo, ella no se lo merecía, y si simplemente le hubiese dado una explicación honesta, y me hubiese comportado como me enseñaron mis padres, tal vez, todo hubiese sido distinto, pero eso no ocurrió y hasta el día de hoy lamento haber actuado de ese modo.

1983 representó para mi uno de los mejores años de mi vida, no solamente porque me fuí de baja del Servicio Militar, recuperando mi vida civil, sino porque además, del regreso de la democracia, y de las mejores vacaciones que tuve junto a mis amigos en diciembre de ese año en Mar del Plata, conocí a uno de los más grandes amores de mi vida: Gertrudis.

Gertrudis fue de todo, fue todo amor, y todo picardía, fue sensualidad, y sexualidad, fue política y discusión por política, fueron su madre y su padre, fue Parque Patricios y cigarrillos, fue besos y abrazos interminables, fue compañera y amiga, fue una parte importante de mi vida, y una porción de mi corazón.

La conocí una noche en Pinar de Rocha, también cuando parecía que ya estábamos más para irnos, que para quedarnos, la ví en un rincón, junto a su amiga Casilda, y hacia ahí me dirigí junto a un amigo que sin mucho éxito no logró nada de su amiga, y se retiró derrotado, mientras el pisciano insistente la convenció a Gertrudis de salir a bailar.

Y otra vez, terminando la noche, ella me dio su teléfono, al que prestamente iba a llamar al día siguiente, a sabiendas que se iba para Bariloche en apenas una semana, con lo cual no había tiempo que perder, había que definir el partido antes del alargue, porque en los penales podíamos terminar perdiendo.

Y así fue, que una fría noche de un 14 de julio, mientras la acompañaba tempranamente a su casa, en aquella época no era muy común que dejes a tu chica tarde, al contrario, eso te hacía restar puntos con sus padres, casi cuando le voy a arrancar un beso para sellar nuestra relación, aparece el padre que había salido a pasear a la perra, qué mala suerte pensé, entonces muy educadamente lo saludé, le dije a Gertrudis si no quería ir a dar una vuelta por el barrio, una vuelta por el barrio!!! Como si ella no conociera su propio barrio!!! El tipo no sabía cómo hacer tiempo para que el padre volviese a entrar con la perra, y cuando la ecuación de Kronos indicaba que ya no había peligro, volvimos, y ahí, nos besamos y dimos inicio a una relación de más de dos años, que tuvo de todo, sabores y sinsabores, alegrías y tristezas, amor y desamor, sin embargo, reconozco que fue una de las mujeres que más amé en mi vida, y quizás, de la que estuve más enamorado. El tiempo pasó, la relación no terminó bien, cada uno tomó caminos distintos en la vida, y muchos años después por estas cosas de las redes sociales, nos reencontramos, nos pedimos perdón por los errores, y hoy somos buenos amigos. Curiosamente, esa noche, la del reencuentro, soñé con su madre ya fallecida, con la que yo discutía acaloradamente de política, ella intransigente, yo radical alfonsinista, y nunca nos poníamos de acuerdo, pero me quería igual, y esa noche soñé con ella, venía y me daba un beso en la mejilla como agradeciéndome que nos hubiésemos perdonado mutuamente con su hija. Nunca olvidaré ese sueño.

Los años pasaron, yo seguía enamorado de Gertrudis y cada vez que íbamos con mis amigos a bailar, o a tomar algo a algún pub de moda, la buscaba con la mirada entre las presentes, claro, sin éxito.

De modo que como pasa siempre en otros órdenes de la vida, las heridas van cicatrizando y de a poco el dolor va desapareciendo, lo cual le cedió paso a un período de mi vida que yo daría en llamar la época «Touch and Go».

Empecé a ir a bailar muy seguido a distintos lugares de moda y no tan de moda, conocía a alguna linda señorita, casi siempre charlando, lo mío nunca fue el baile, salíamos un tiempo, desde ya, no le dábamos cabida a Mr. Cupido, y todo terminaba como si nunca nos hubiésemos conocido, hasta que llegó a mi vida Lucrecia, quien despertó en mí una atracción especial, no la podría definir, su onda, su simpatía, no lo sé, el tema es que ella estaba de novia, con lo cual me ví obligado, por algo que para mí es NO NEGOCIABLE, a frenar en mis intenciones, por aquello de «no le hagas a otros, lo que no quieras que te hagan a tí». De modo que, como era de preverse, la relación se tornó imposible, y ahí quedó un proyecto de pareja flotando en el limbo. Con los años, me dí cuenta que nunca hubiese funcionado, y ella, lo cual me alegra, formó su familia, se fue a vivir a otro país (no por culpa mía, aclaro, bah...eso creo...jajaja), y ahí desarrolló una brillante carrera profesional.

Años más tarde llegó a mi vida una compañera de Facultad, una relación que mejor es olvidar, que traer a colación, no porque haya sido mala, sino porque a veces uno se equivoca y cree ver en la otra persona la posibilidad de una relación estable, compatible, y a veces, no es así, y uno empieza a darse cuenta que las diferencias son irreconciliables en todos los ámbitos, cultural, familiar, religioso, en fin, y cuando la cosa no da para más, se termina, y así fue. Nos recibimos juntos de abogados, pero la relación no daba ni para poner un estudio jurídico en sociedad, de modo que cada uno tomó por caminos diferentes, y yo volví, no por mucho tiempo, a mi clásica soledad.

Unos meses más tarde llegó a mi vida Celestina, y con ella la primera vez que se presentó ante mí la posibilidad de formar una familia, ser padre, y vivir la vida de otra manera, del modo en que mis propios padres me enseñaron, pero las cosas no salieron como soñamos. Siempre he creído que algunas relaciones son las correctas, pero a veces nacen en el momento equivocado, tal vez si hubiesen ocurrido mucho antes, o mucho después, la historia hubiese tenido otro final.

Cuando se es hijo único, y uno queda al cuidado de su madre viuda, cuyos años van pasando y con el paso de ellos su organismo se deteriora día tras día, la necesidad de tener a su lado a alguien que la pueda cuidar con responsabilidad, con compromiso, y por sobre todas las cosas con eficiencia, se vuelve cada vez más inevitable. Desde luego, muchos me dirán, de hecho, me lo han dicho en varias oportunidades que hay personal lo suficientemente capacitado para tomar ese lugar, claro, había que pagarlo, y no se caracterizaban por ser muy accesibles sus honorarios, y un geriátrico para mí nunca fue una opción, por ende yo me ocupaba de asistirla en todo momento, con sus médicos, con sus descompensaciones, hasta llegué a cambiarle sus pañales como a una beba, nunca le hice faltar nada dentro de lo humanamente posible. Todo esto lo hice bajo una convicción para mí, también, NO NEGOCIABLE, porque cuando uno nace, cuando uno es un bebé, tus padres son tus deudores, y tú eres su acreedor, pero no en el sentido económico del término, sino porque ellos tendrán que cuidarte en todo momento, porque tú como bebé que eres, no lo puedes hacer, pero cuando ellos se vuelven grandes, cuando ellos llegan a la ancianidad, muchas veces, la ecuación se invierte, y ellos pasan a ser tus deudores, y así debe ser, siempre lo he creído de esa manera, y en esto no negocio, no tranzo, los viejos se merecen el mayor de los respetos y de los cuidados, aún si te toca pagar un precio muy alto, y yo lo tuve que pagar.

Con Celestina supimos construir una relación de pareja única, donde sabíamos leernos uno al otro, algo que no cualquier pareja consigue, se trata de saber interpretar el alma del otro, saber cuándo tu pareja está bien, cuándo está mal, es el extrañar su presencia cuando no está, es esas ganas de verla en todo momento, de ayudarla cuando está pasando por un mal momento de salud, es el no necesitar verla arreglada como para quererla más, sino que te sigue gustando aún cuando pueda estar de entrecasa barriendo la vereda en sandalias.

A veces las relaciones llegan tarde, o demasiado temprano, no siempre los planetas deciden alinearse como para que las cosas salgan igual que una película romántica, y cuando uno no sabe, o no puede tomar una decisión definitiva, porque sencillamente el amor a una madre es tan grande que no le deja espacio al amor de una novia, las cosas empiezan a parecerse a un campo minado, donde según donde pises podrás volar por los aires, o llegar a destino. En mi caso, yo no pude, o no supe dónde pisar, y obviamente volé por los aires, y no guardo rencor por eso, ella tomó la decisión correcta, y creo que yo, de alguna manera, también, y cuando dos fuerzas ya no van en la misma dirección, sino que se encuentran enfrentadas, no hay mucho más que hacer más que dejar que cada uno siga su camino y, en mi caso, aprender de lo ocurrido, analizar qué se pudo haber cambiado y porqué no se quiso cambiar, y por sobre todas las cosas saber pedir perdón por las decisiones no tomadas, o por aquellas que tomadas, fueron erróneas.

Y así, una vez más, volví a mi eterna compañera, la soledad, aquella señora que cuando es elegida por uno puede ser una compañía muy grata y conveniente, pero cuando ella te elige a ti, es una pesadilla, casi una película de terror, puedo dar fe de eso. No le recomiendo la soledad a nadie, a menos que la haya elegido.

A medida que los años fueron pasando, y van pasando, yo creo que el corazón se te va secando, como una pasa de uva, te cuesta mucho más enamorarte, o mejor dicho, dejas de creer en el amor, en aquél viejo amor de adolescente, el sueño de cruzarte con tu «media naranja» se te antoja cada día más como una frase vacía de contenido, que con una posible realidad, en otras palabras, te convertís en un ateo del amor. Y yo creo haberme convertido en uno, salvo que, como le puede pasar a todo ateo, un día sea testigo de un milagro, y vuelva a creer.

Como venía diciendo, los años pasaron y siguieron un par de relaciones más, algunas inexplicables, de hecho recuerdo una agraciada señorita que me presentó la madre de un gran amigo, y que al poco tiempo de estar iniciando algo parecido a un noviazgo, sin explicaciones de ningún tipo, me pegó un portazo, y me dejó aún al día de hoy sin saber cual fue la razón de tal decisión.

Tal vez, me atrevo a arriesgar esta hipótesis, se produjo la aparición de un señor con mejores condiciones que las mías, por lo tanto, ella decidió efectuar el cambio de figuritas, y mandarme al banco de suplentes. En lo personal no guardo rencor, lamento simplemente no haber obtenido una explicación de tal decisión, pero bueno, a veces las cosas en la vida son así.

Finalmente, y ya en los últimos años, se cruzaron por mi vida tres mujeres de las que no voy a dar sus nombres, porque no me parece que corresponda hacerlo dado lo reciente, y no tanto, de lo que bien podríamos afirmar se trató de proyectos de noviazgos que nunca lo fueron, o quizás más preciso sería decir que fueron relaciones que nacieron de equivocadas interpretaciones de mi parte, menos una de ellas que pudo haberse convertido en algo más serio, pero su actividad laboral y el estar viviendo en Mar del Plata, no permitieron que la relación tuviese cierta regularidad que nos permitiera llegar a una convivencia en un futuro no muy lejano.

Sin embargo lo mejor de todo esto ha sido que nacieron grandes amigas que, para un tipo como yo totalmente descreído de la amistad entre el hombre y la mujer, la realidad me terminó demostrando todo lo contrario, especialmente con una de ellas que se ha convertido en mi mejor amiga, no sólo porque siempre está, sino porque cada vez que preciso un consejo, o una ayuda, sé que cuento con ella.

Y así llegamos a este presente tan extraño, donde los que crecimos bailando lentos en los boliches, regalando rosas y cajas de bombones, terminamos sintiéndonos como faraones egipcios fugados de algún museo antropológico dedicado al estudio de raros especímenes que alguna vez creyeron en el romanticismo.

En fin, como dijera mi difunta madre, la vida es como una rosa, muchas veces para llegar hasta la belleza de la flor, es inevitable lastimarte con sus espinas.

Pese a todo, estoy rodeado de parejas que se aman infinitamente, que han sabido formar hermosas familias, algunos de hecho, ya son abuelos y abuelas, y eso no solamente me alegra como amigo y hermano que me considero de muchos de ellos y de ellas también, sino además me termina probando que en la vida muchas veces se pierde, pero también muchas veces se gana, y ese no es ni más ni menos que el mismísimo juego de la vida, y como dijera el Flaco Spinetta en su hermosa «Cantata de los Puentes Amarillos»:

«Aunque me fuercen yo nunca voy a decir, que todo tiempo por pasado fue mejor, Mañana es mejor...»

 

 

 

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario